“En aquel tiempo, Jesús entonces llamando a sus doce discípulos, les dio autoridad sobre los espíritus inmundos, para que los echasen fuera, y para sanar toda enfermedad y toda dolencia. Los nombres de los doce apóstoles son estos” (Mt 10, 1-7).
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Bueno, ya conocen los nombres de los doce apóstoles, muy bien, no hace falta que el padre los repita aquí. Pero vayamos a esta meditación. El Evangelio de hoy muestra el tipo de poder que Jesús dio a esta parte formado por doce discípulos.
A veces, en nuestro mundo paganizado, también se forman diversas partes. Algunas parte de poder, personas, estructuras, órganos de gobierno, naciones, que se juntan para reforzar sus intereses personales y poder de alguna forma oprimir a los más frágiles. Jesús no constituyó su parte de los doce para eso. Jesús dio a los doce un poder de servicio. Ahora, los doce pueden liberar, curar, consolar y hacer el bien de forma organizada y más eficaz.
No fue una organización criminal la que Jesús formó, ¿verdad? Fue una organización para el servicio. Asociarse para hacer el bien es justamente el mensaje de fondo de este Evangelio de hoy. En nuestros grupos de iglesia, o en nuestros contextos sociales donde vivimos, debemos adoptar esta estrategia de Jesús: juntarnos para servir mejor.
La verdadera fuerza de los doce
Es tan malo cuando encontramos estructuras organizadas para hacer el mal, atacar, perjudicar a alguien, explotar o aprovecharse de alguna situación. Por eso Jesús tuvo que caminar muy cerca de sus discípulos. Recordemos hasta aquí, ellos no eran santos todavía. Había muchas cosas dañadas en sus ideas, ideologías, concepciones sobre el poder, complejos de inferioridad, de superioridad. Todo eso rondaba el corazón de los discípulos.
Jesús tuvo que trabajar cada corazón individualmente para que no sucediera lo que dice la expresión: una naranja podrida, pudre a las demás. Por eso Jesús necesitó trabajar cada corazón. Basta recordar a Judas. Él salió de la parte para atender a sus proyectos personales. Así es como sucede.
Quien se aparta de aquello que es comunitario, acaba por crear un mundo paralelo que se vuelve hacia sus intereses personales. Y sabemos que la paga del pecado es la muerte. Y el Señor no quiere eso para nosotros.
Sobre todos ustedes, venga la bendición del Todopoderoso. Padre, Hijo y Espíritu Santo.
¡Amén!
