“Jesús les respondió: «Les aseguro que ustedes me buscan, no porque vieron signos, sino porque han comido pan hasta saciarse. Trabajen, no por el alimento perecedero, sino por el que permanece hasta la Vida eterna, el que les dará el Hijo del hombre; porque es él a quien Dios, el Padre, marcó con su sello». Ellos le preguntaron: «¿Qué debemos hacer para realizar las obras de Dios?». Jesús les respondió: «La obra de Dios es que ustedes crean en aquel que él ha enviado».” (Jn 6, 26-29).
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Después de Jesús haber sanado el hambre de la multitud con la multiplicación de los panes, muchas personas comenzaran a buscar Jesús. La fama de Jesús se difunde por toda aquella región y muchas personas fueron en busca de Él. Además, ni todos buscaban Jesús con la recta intención de conocer Su Reino y de vivir una sincera conversión. Muchos buscaban por interés personal o entonces por una vana curiosidad de conocer aquella persona cuya fama estaba difundiendo.
Y Jesús, conociendo la intención de aquellos que buscaban a Él, los sorprendió con esta afirmación: “Les aseguro que ustedes me buscan, no porque vieron signos, sino porque han comido pan hasta saciarse”.
Él es el verdadero Pan, verdadero alimento que no se pierde, alimento que permanece para la vida eterna
Mis queridos, Jesús pueden sí realizar grandes milagros a nuestro favor. Él puede aliviar nuestros sufrimientos, sanar nuestras enfermedades, sanar nuestra hambre, pero esta no debe ser nuestra única intensión en buscar a Él, esta no debe ser nuestra única motivación en seguir hasta el Señor.
No podemos buscar Jesús solo para tener nuestras necesidades satisfechas o para querer llenar nuestras necesidades. La motivación principal de buscar Jesús debe ser porque Él es la razón de nuestra vida.
Él es el verdadero Pan, verdadero alimento que no se pierde, alimento que permanece para la vida eterna. Por eso, nuestro amor por Jesús necesita ser un amor desinteresado, un amor que nos enseña a realizar las obras de Su Reino, un amor que nos ayude a conocer a Él en profundidad, en saber que Él es el Hijo de Dios, Él es el propio Dios que ha venido para alimentarnos y, con ese alimento, nos sostiene con la vida eterna.
Debemos pedir a Dios la gracia de amar a Él y, amando a Él conocer a Él mejor y en profundidad. Debemos esforzarnos en conocer Jesús por una vida de conversión, por una vida de cambio, una vida que ya realice aquí Su reino de paz y de amor. Y, conociendo Jesús, abrirnos Su gracia porque Él ha venido para darnos la vida eterna.
Sobre todos ustedes, venga la bendición del Todopoderoso. Padre, Hijo y Espíritu Santo.
¡Amén!