“En aquel tiempo, cuando la multitud vio que Jesús no estaba allí, ni sus discípulos, subieron a las barcas y fueron en busca de Jesús a Cafarnaúm. Cuando lo encontraron al otro lado del mar, le preguntaron: “Rabí, ¿cuándo llegaste aquí?” Jesús respondió: “En verdad, en verdad os digo: me buscáis no porque habéis visto señales, sino porque comisteis pan y os quedasteis satisfechos. Esforzaos no por el alimento que perece, sino por el alimento que permanece hasta la vida eterna” (Juan 6, 24-27).
El lado interesado
Jesús responde: “En verdad, en verdad os digo: me buscáis no porque habéis visto señales, sino porque comisteis pan y os quedasteis satisfechos”.
Una verdad dicha por Jesús, que no fue muy cómoda para aquella multitud, así como tampoco lo es para nosotros hoy, cuando Jesús desenmascara nuestro lado interesado, cuando, muchas veces, caen por tierra nuestras máscaras de buscar al Señor por algún interés personal.
Cuántas veces nos acercamos a Dios por causa de Sus favores que son útiles para nuestra vida, cosas que necesitamos y que se superponen al amor genuino que debemos a Dios y a las personas. Jesús acaba revelando el utilitarismo que se oculta dentro de cada uno de nosotros.
Muchas veces, usamos a las personas e incluso al propio Dios, hasta el momento en que Él o esa persona nos sea útil de algún modo.
Relacionarnos con Dios con el estómago, y no con el corazón. Es eso lo que Jesús acabó viendo aquí, porque Él acababa de realizar el milagro, sació el hambre de aquellas personas, entonces, ahora, la relación se basaba en el estómago – y, aquí, por estómago, podemos entender nuestros afectos, cuando, muchas veces, solo vamos a Dios cuando tenemos ganas, cuando sentimos ganas, y vamos detrás de las gracias, pero cultivamos poca relación con el Donador de las gracias. Vamos en busca de los milagros, pero descuidamos nuestra relación con el Dios de lo imposible. Es eso lo que Jesús nos está diciendo en el Evangelio de hoy, y alertando a Sus discípulos y a cada uno de nosotros.
Por eso obedezcamos la voz de Cristo, esforcémonos por la vida de la gracia, por ser plenamente de Dios, por buscar exclusivamente a Dios y Su reino, despreocupados, sin más pretensiones, sabiendo que todo lo demás nos vendrá por añadidura, sabiendo que Dios no se deja vencer en generosidad, y Él hará todo lo que sea necesario para nuestra salvación.
Sobre todos ustedes, venga la bendición del Todopoderoso. Padre, Hijo y Espíritu Santo.
¡Amén!