“Mientras caminaba, vio al que estaba sentado en la aduana. Era Leví, hijo de Alfeo. Jesús le dijo: «Sígueme.» Y él se levantó y lo siguió. Jesús estuvo comiendo en la casa de Leví, y algunos cobradores de impuestos y pecadores estaban sentados a la mesa con Jesús y sus discípulos;” (Marcos 2,14-15).
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Miren, mis hermanos, la fuerza del Evangelio no puede ser medida por el volumen, por las multitudes, peor por la capacidad de tocar personalmente el corazón humano. El encuentro personal de cada uno es el más importante.
En la década de 70, aquel documento fundante, incluso, de Canção Nova, llamado: Evangelii Nuntiandi; San Pablo VI, Papa Pablo VI, en la época, decía que los medios de comunicación serían instrumentos capaces de tocar muchos corazones, de hablar a muchos corazones, pero que era necesario también hablar a cada corazón.
Sé que esta Homilía Diaria llega a miles de personas, pero ella llega a tu corazón. Tu necesitas dejarse tocar por la gracia de Dios. Fue lo que ocurrió en la vida de Levi, porque el Evangelio nos habla que Jesús estaba rodeado de una multitud, pero, en el medio de aquella multitud, Él ha visto el corazón de Levi, que anhelaba por una vida nueva.
Como hizo en la vida de Levi, Jesús quiere entrar en tu casa, quiere estar junto a tu corazón
Entonces, hoy, nosotros también somos llamados a dejarnos tocar por la Palabra de Dios. Una multitud, tal vez, no sea capaz de ver sino la propia vida. Muchas multitudes rodeaban Jesús y, hoy, también vivimos ese fenómeno. Cuando una persona, un gran predicador, una persona bien exponente esta en un evento, las personas tienen aquella preocupación — “Necesito sacar mi foto”, “Voy en aquel encuentro porque es mi cura, es mi gracia”, “Necesito sentar en aquel lugar porque es mi privilegiado”; escuchamos mucho eso cuando termina la Santa Misa — “Quiero una bendición especial, padre”, porque la persona no cree en la bendición que ha recibido en la Santa Misa.
Cuantas veces, nosotros también pasamos por la tentación de dejar nuestro corazón con ese “espíritu de multitud”, pero no dejemos que Jesús nos vea. Y Él te ve, cuando te pones en el lugar, en el momento de oración, no tengas dudas, Jesús te ve en el medio de aquella multitud. Aún que tu no encuentres aquel predicador, aquel padre, aquella persona, aún que tu no estés con ella, cree que Jesús te ha visto y quisó transformar tu vida.
Levi ha permitido ser tocado por Jesús. Él ve, habla, llama, Jesús va a la casa de Levi comer con él. Y Levi, después, pasa a ser llamado de Mateus; seguramente, en aquel día, se ha sentido la persona más amada del mundo. En el medio de toda aquella multitud, Jesús lo ha visto. Es así también con cada uno de nosotros.
Jesús te ha visto, él sabe lo que tu estas viviendo, sabe lo que estás pasando. Él, hoy, quiere también, como hizo en la vida de Levi, entrar en tu casa, quiere comer contigo, quiere estar junto de tu corazón, en este momento en que tu estás viviendo. ¿Para qué? ¿Sólo para alegrarse con la presencia de Él? ¡No! Para que tu vivas todos tus días en la presencia de Jesús, para que Él sea la cosa más importante de tu via y Él también transforme todo aquello que esta en tu vida.
Sobre todos ustedes, venga la bendición del Todopoderoso. Padre, Hijo y Espíritu Santo.
¡Amén!