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¡Hola, hermanos y hermanas! El texto que vamos leer esta en Lucas, capitulo 21, versículo 20 a 28.
“En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: Pero cuando viereis a Jerusalén rodeada de ejércitos, sabed entonces que su destrucción ha llegado” (Lucas 21, 20).
Hemos visto, entonces, que el Evangelio de hoy nos habla de Jerusalén, la ciudad sagrada, como referencia para los acontecimientos del mundo.
La ciudad de Jerusalén, ya en el tiempo de Jesús, ocupaba un lugar central. Pero, cuando nosotros los cristianos hablamos de la ciudad de Jerusalén, la Jerusalén terrenal, lo que nos viene a la mente, por analogía, es la Jerusalén de arriba, la Jerusalén celestial.
La Jerusalén de este mundo sirve como referencia para las realidades eternas, para las realidades del cielo también.
Si miramos los acontecimientos del mundo y vemos guerra, vemos división, en realidad lo que debemos tener en mente es la referencia de la Jerusalén de Arriba, que es otra.
La Jerusalén de Arriba, la referencia que debemos tener, es la referencia de comunión. Esa es la verdadera referencia para nosotros, no la división, la guerra, como vemos aún hoy en este mundo.
Si, en el mundo, nos digladiamos, si generamos división, si, en este mundo, peleamos, el gran llamado es que seamos motivados por la comunión, que es fruto del amor de Dios por nosotros y del amor que debemos tener a Él, a Dios, en primer lugar, y todos los días de nuestra vida, pero también a nuestros hermanos.
Que Él nos haga, hermanos y hermanas, dignos de ello, a pesar de nuestras limitaciones, a pesar de todas nuestras limitaciones, que el Señor nos haga dignos de, un día, alcanzar la Jerusalén de Arriba, que tiene como referencia una vida de comunión.
Esa vida de comunión con Dios debemos alimentarla ya en este mundo, que está marcado por guerras, en este mundo que está marcado por divisiones. Que la comunión crezca en nuestros corazones, la comunión con Dios que genera también la comunión con los hermanos.
Sobre todos ustedes, venga la bendición del Todopoderoso. Padre, Hijo y Espíritu Santo.
¡Amén!