“Seis días después, Jesús tomó a Pedro, Santiago y Juan, y los llevo a ellos solos a un monte elevado. Allí se transfiguró en presencia de ellos” (Marcos 9,2).

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La montaña, en el contexto bíblico, siempre represento el lugar de la presencia y de la manifestación de Dios. Lugares de la manifestación de Dios, de la presencia de Dios, lugar del encuentro, de la proximidad, lugar de oración, eso quiere decir que, donde Dios se manifiesta y presenta Su propuesta para la humanidad.

Moises, cuando subía la montaña para estar con Dios, fue allí que el Señor ha dado a Moisés la tabla de la Ley. Es el lugar del pecto con Él, de la alianza con Dios.

Jesús, en el Evangelio de hoy, eligió tres de Sus discípulos: Pedro, Juan y Tiago, para estar con Él en la montaña, donde Jesús manifiesta a estos tres discípulos una anticipación de Su gloria. Jesús se transfigura revelando Su gloria para que eses tres discípulos no desanimen en su fe cuando llegase las probaciones.

Necesitamos también, mis hermanos, siempre subir la montaña, en el lugar de oración, en el lugar del encuentro con Dios, para hacernos también nuestra experiencia de encuentro con Él. Porque, en la oración, Dios nos revela Su Hijo único, diciendo: “Este es mi Hijo amado”.

La experiencia de oración es ese momento de reabastecimiento, de animación, de respiro del alma

El Padre que nosotros revela el Hijo nos invita también a escuchar a Él porque es en la oración que nosotros escuchamos Su Hijo. el discípulo necesita escuchar y acoger el Hijo único y, en la experiencia de la montaña, es decir, de la oración nosotros encontramos Jesucristo vivo, resucitado y glorioso, triunfante sobre el mal, sobre el pecado y sobre la muerte.

Esta profunda experiencia espiritual esta descrita en las ropas blancas y brillantes de Jesús, es una antecipación de Su resurección. Y nosotros también podemos vivir ese momento de antecipación y de gloria cuando nos ponemos en oración.

También conocemos el Padre, somos involucrados por la presencia divina, es lo que representa la nuben. ha bajado y ellos fueron involucrados por la gloria del Señor. Y desde entonces, mis hermanos, una tentación que nosotros podemos correr y que los discípulos pasaron es de, delante de esta maravilla, de esta experiencia del encuentro con el Señor en la montaña, querer quedar alí, de acampar, de no querer más salir.

Pero, la experiencia de oración es ese momento de reabastecimiento, de animación, de respiro del alma donde también somo invitados a bajar la montaña y seguir nuestra misión. Es ese momento donde nosotros fortalecemos nuestra experiencia para seguir los dramas de cada día.

Por eso es necesario sí hacer la experiencia del encuentro con el Señor, de Su gloria, de Su manifestación, pero también es necesario bajar de la montaña, volver a la normalidad de la vida, reforzados en esperanza y en confianza con el Señor.

Sobre todos ustedes, venga la bendición del Todopoderoso. Padre, Hijo y Espíritu Santo.

¡Amén!