“María Magdalena fue a anunciar a los discípulos que había visto al Señor y que él le había dicho esas palabras” (Jn 20, 18).
La gracia que la Liturgia nos da para el día de hoy es de celebrarnos Santa María Madalena. Madalaena. Madalena, como nosotros así a llamamos, es la gran discípula de Jesús, el Resucitado. Fue el primer testimonio, fue el primer que vio, fue la primera que anuncio y proclamo la resurrección.
Hay algo que nos llama mucho la atención cuando ella dijo: “Yo vi el Señor”. Cuando ella se encontró con el Señor, mientras caminaba, fue sanada, liberta y transformada por Jesús, y nunca más sus ojos salieran de Él, porque Él transformo la vida de María.
Sabemos que de ella fueron expulsos demonios. Cual demonio fue es lo que menos importa; lo que importa es que ella permitió que Jesús la curase, la transformase, renovase y hiciera de ella una nueva mujer.
¿Qué una mujer nueva sino aquella que pone, delante de sus ojos, el Señor de la vida y nunca más cierra los ojos para la gracia? Cuando la gracia se acerca de María, ella se abrió totalmente para la gracia y se convirtió agraciada por Dios, se convirtió verdaderamente discípula del Maestro Jesús. Acompaño el Maestro en la vida, en la muerte y en la resurrección. Ella nunca más abandono el Señor.
Cuando nos desviamos, perdemos el centro de la vida, nos encontramos en muchas situaciones que nos dejan angustiados, porque quitamos nuestra mirada de Jesús, volvemos la mirada para nuestros problemas, para nuestras aflicciones, y comenzamos a mirar mucho la vida de los demás, comenzamos a mirar solo los problemas del mundo y no miramos para la luz.
Como necesitamos aprender con María a tener los ojos fijos en Jesús
Hubo un momento que pareció que esa luz se apago, porque, cuando Jesús murió en la cruz, una gran oscuridad tomo cuenta de toda la Tierra. Pero, aún en la oscuridad, Matía Magdalena no dejo de mirar para Jesús. Cuando todo parecía oscuro y perdido, cuando muchos se encontraban desolados y decepcionados, María estaba mirando para Él. Aún que parece muerto, de Su cuerpo sepultado ella estaba allá para cuidar. Como ella jamás quito sus ojos de Jesús, sus ojos fueron los primeros a contemplar el Resucitado.
La luz de la resurrección, la luz de la gloria brillo sobre los ojos de María, por eso ella puede decir lo que dijo desde el primero momento: “Yo vi el Señor. Yo vi siendo predicado en la cruz, pero ahora vi el resucitado”.
Pasamos por muchas situaciones en la vida, pasamos por situaciones alegres, buenas. Pasamos por tristezas, decepciones y amarguras. Pasamos por noches oscuras en el alma y en el espíritu, pasamos por tinieblas, pero no podemos dejar de mirar para Jesús.
Ninguna oscuridad, de este mundo, es capaz de apagar la luz radiante de Jesús de nuestra vida cuando quitamos de Él nuestra mirada.
No importa lo que estamos viviendo, no importa las tinieblas que están visitándonos, el importante es no dejar de mirar para Jesús, porque vamos ver a Él donde sea.
¡Dios te bendiga!