En aquel tiempo, Jesús les contó otra parábola: “«El Reino de los Cielos es como un grano de mostaza que un hombre toma y siembra en su campo. Aunque es la más pequeña de todas las semillas, cuando crece, se hace más grande que las otras plantas»” (Mateo 13, 31-35).
Es preciso confiar
En el Evangelio de hoy, Jesús nos presenta dos pequeñas parábolas: la del grano de mostaza y la de la levadura. Ambas hablan del Reino de los Cielos. Por eso Jesús quiere enseñarnos de manera sencilla y pedagógica, para que no perdamos el enfoque, sino que podamos hacer la voluntad de Dios.
¿Y cuál es la voluntad de Dios? Que nos santifiquemos. Y las parábolas nos ayudan a entender cómo Dios actúa en medio de nosotros. ¿No es verdad que la forma en que Jesús se dirige a nosotros es de una gran sencillez? ¡Habla de semillas, habla de levadura!
El grano de mostaza es el más pequeño de todos, pero cuando crece, se convierte en un árbol frondoso, donde los pájaros hacen sus nidos. Así es el Reino de Dios: comienza pequeño, casi imperceptible. ¡Recuerda esto! Muchas veces, oculto en nuestra vida cotidiana, pero crece y se extiende, acogiendo y llevando a muchos a la conversión.
Estas imágenes, tanto la de la levadura como la de la mostaza, nos invitan a confiar en la acción silenciosa y poderosa de Dios.
Observa con atención: cuando pones la semilla en la tierra, cuando preparas la tierra, luego la riegas, la cultivas, ¿ves crecer la semilla? No la ves. ¡Con la levadura pasa lo mismo! Cuando estamos haciendo un pastel, para que crezca, necesitamos levadura. La pones ahí, la mezclas con la masa, pero ¿ves la levadura actuando, haciendo que la masa suba? No la ves.
Así es como la gracia de Dios y su Reino actúan en nosotros, de una forma que no podemos percibir. ¡Pero Él está actuando! No ves crecer la semilla plantada en la tierra, pero está actuando, igual que la levadura. Es lo mismo.
Dios quiere actuar en tu vida de manera sencilla y silenciosa, para mostrar que Él nos cuida en el silencio, para manifestar su poder y su gloria.
Abramos el corazón al Reino de Dios y busquemos una conversión muy sincera. Nuestra vida, de forma silenciosa, va siendo transformada por la gracia de Dios.
Sobre todos ustedes, venga la bendición del Todopoderoso. Padre, Hijo y Espíritu Santo.
¡Amén!