“¿Qué quieres que haga por ti?. Señor, que yo vea otra vez. Y Jesús le dijo: Recupera la vista, tu fe te ha salvado” (Lc 18, 41-42).
Pasando en Jericó, el ciego gritaba de forma insistente al Maestro Jesús: “Jesús, Hijo de David, ten piedad de mí”. El grito ciego es el grito de toda alma necesitada de la liberación, de la restauración, necesitada de la presencia de Dios en tu vida.
El grito del ciego no es un grito de desespero, es un grito de fe, es un clamor de confianza, en la seguridad de que solo Jesús podría liberarlo. Aquello que el ciego esta gritando es, en la realidad, su profesión de fe, pues él cree que Jesús es el Mesías, él cree en el señorito de Jesús.
Aquí tiene dos cosas importantes en lo que el ciego esta exclamando: primero, él profesa su fe en Jesús, el Hijo de David. Sepamos que el Mesías, aquel que era ungido de Dios, enviado de Dios, sería de hecho el sucesor de David, vendría de la casa de David y, al mismo tiempo, Él tiene el poder de perdonar nuestros pecados, de redimirnos, libertarnos, por eso que de tu corazón hay ese clamor: “Ten piedad de mí”.
Es necesario salir de todo estos marasmos para que podamos ver, para que realmente podamos ver, para que realmente podamos ver la luz y la fe
Envuelto en muchas cegueras en el mundo en que estamos, a cada día, clamar para ver de nuevo, para ver mejor, para ver de verdad, porque estamos ciegos, perdidos y no estamos viendo el propio interior.
Muchas cosas se pasan en nuestra alma y en nuestro corazón, pero nosotros no percibimos, no vemos, no vemos como debíamos ver. Del otro lado, hay muchas personas pasando a nuestro lado, conviviendo con nosotros en varias realidades, y no conseguimos ver el otro.
Segundo, porque hay, dentro de nosotros, cada vez más, de forma inflamada el pecado del egoísmo que hace de nosotros personas individualistas, centrados en nosotros. Se mueven muchas veces dentro de nuestro corazón la soberbia que nos deja realmente presos a nuestras tristezas, rencores y, por encima de todo, a nuestros intereses.
Necesitamos salir de todos estos marasmos para ver, para que realmente podamos ver que la luz y la fe, de hecho, aquello que ilumina nuestro interior. Es por eso que Jesús esta proclamando a ese ciego: “Ver, pues, de nuevo. Tu fe te salvo”.
La fe nos salva, liberta y nos pone de pie; por encima de todo, la fe nos permite ver el mundo, las cosas, no con nuestros ojos humanos o con nuestra visión humana, egoísta y distorsionada, pero ver las cosas a la luz, con la dirección y la gracia de Dios.
Con humildad, fe y persistencia, clamemos al Señor Jesús: “Dame la gracia de ver de nuevo y de ver mejor a cada día”.
¡Dios te bendiga!