“Jesús le preguntó: ¿Qué quieres que haga por ti? El ciego respondió: Maestro, que vea”. (Mc 10, 51).
El ciego de Bartimeo, hijo de Timeu, que era no solos ciego, era mendigo y estaba siempre a la orilla del camino, escucho Jesús pasando. Y, cuando escucho Jesús pasando, grito con todo el ardor de su corazón: “¡Jesús, hijo de David, ten piedad de mí!”.
Él podía ser ciego y mendigo, pero tenía la visión de la gracia, porque mismo sin sus ojos ver como los nuestros – físicamente hablando – él vio por la sensibilidad que era Jesús que estaba allí. Pero más que eso, él vio quien era Jesús.
Porque no basta ver la persona, nosotros tenemos que asumir cual es la identidad de la persona. Él sabía que Jesús era el Mesías, sea por ser el Hijo de David, como él mismo clamo, sea por clamar por la misericordia, porque solo quien puede darnos su misericordia es Dios. Entonces, él fue osado en la fe, él desafío su propia ceguera física.
A nosotros, que parecemos ver tan bien, nosotros, muchas veces, dejamos de ver la gracia, dejamos de ver Jesús pasando en nuestro medio. Dejamos de ver la gracia de Dios entre nosotros para ver solo las desgracias del mundo.
Necesitamos de la gracia, necesitamos realmente someternos a la luz de Jesús, en los tiempos todos que estamos viviendo
No podemos tener ojos vedado, andar como ciegos e indiferentes. Las tribulaciones del mundo son muchas, los desafíos que pasamos, en el tiempo presentes, son crueles, no podemos cerrar los ojos para la realidad jamás.
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No podemos perder los ojos de la fe, no podemos perder los ojos de la gracia, no podemos dejar de ver Jesús en nuestro medio. Y, así como ese ciego, gritar: “Jesús, Hijo de David, ten piedad de nosotros”. Ten piedad de esta humanidad que esta muriendo, esta rodeada en una ceguera sin igual. Y, cuando la persona esta ciega y no cuida de ver, como es posible de sobresalir en ese mundo, nosotros comenzamos a atropellas unos a los otros. Tu imaginas, ciego guiando otro ciego y cuantas realidades. Estamos caminando para el agujero, estamos cayendo mismo, porque estamos siendo ciegos guiando otros ciegos.
Necesitamos de la luz, necesitamos de la gracia, necesitamos realmente someternos a la luz de Jesús, en los tiempos todos que estamos viviendo y enfrentando. Pidamos la gracia de ver lo que no vemos.
Hay mucha cosa que no vemos, a comenzar por ver nosotros mismo. Mire lo que esta dentro de ti, lo que tiene en esta cabeza, en este corazón. Para tener en nosotros la mentalidad de Jesús, es necesario permitir que Él abra nuestros ojos.
“Va, mi hijo. Tu fe te sano”. Que la fe nos sane, nos levante y nos ayude a ver lo que no vemos.
¡Dios te bendiga!