No nos detengamos en las exigencias de la Eucaristía, al contrario, profundicemos nuestra vida en la eucaristía, nuestra comunión con el Señor.
“Señor, ¿a quién iríamos? Tus palabras dan vida eterna. Nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios” (Juan 6,68-69)
Escuchamos hoy, en el Evangelio, la conclusión del gran y maravilloso discurso de Jesús sobre el Pan de Vida. Él nos mostró que es el Pan de Vida, que su cuerpo, su sangre es el pan, el alimento que nos sacia para la vida eterna.
Muchos discípulos que seguían a Jesús pensaron que su discurso era muy duro y lo abandonaron, no quisieron seguirlo porque creían que iba a ser muy difícil y no podrían, no concordaban o no acogían lo que el Maestro decía.
Verdaderamente la comunión con Jesús no es algo sencillo, el discurso es bello, pero estar en comunión con Jesús es exigente, exige desprendimiento del alma, entrega de corazón, muerte del orgullo y de nuestra manera humana de ver. Para que podamos tener comunión con el Señor no basta recibir la Eucaristía en la boca, es necesario que el cuerpo, el alma y el corazón se conviertan para que vivamos una unión mística de entrega y unión con Él.
La Eucaristía es un desafío de la vida, es mucho más que participar de las misas, de las celebraciones y recibir el cuerpo y sangre del Señor, la Eucaristía es tener la vida de Cristo en nosotros. A veces nuestra manera de participar de Eucaristía es muy relajada, comulgamos y rápidamente olvidamos que recibimos y entramos en comunión con el Señor.
La Eucaristía es exigente pero la pregunta de Jesús, a pesar de las exigencias que la Eucaristía hace a nuestra vida, es: ¿ustedes también quieren irse? Por muchos ya lo abandonaron. Pedro dio la respuesta más acertada: “Señor, ¿a quién iríamos? Tus palabras dan vida eterna”. En nadie más encontramos la vida, consuelo y eternidad a no ser en Jesús. No nos detengamos en las exigencias de la Eucaristía, al contrario, profundicemos nuestra vida en la eucaristía, nuestra comunión con el Señor, nuestra relación con Él, porque la Eucaristía nos coloca en comunión con la eternidad y con la presencia de Dios en medio nuestro.
¡Dios te bendiga!
