En aquel tiempo, los discípulos dijeron a Jesús: «Ahora sí que hablas claro y no usas ninguna figura. Mirad que llega la hora (y ya ha llegado) en que os dispersaréis cada uno por vuestro lado y me dejaréis solo. Pero no estoy solo, porque el Padre está conmigo. Os he hablado de esto para que tengáis paz en mí. En el mundo tendréis tribulación. Pero ¡ánimo!: yo he vencido al mundo» (Juan 16,29-33).
El Padre está conmigo
Hermanos y hermanas, la liturgia de este día nos lleva a un período anterior al misterio pascual.
¿Y qué es el misterio pascual?
Pasión, muerte, resurrección, ascensión de nuestro Señor Jesucristo que celebramos ayer, y también la experiencia de Pentecostés.
En este texto de hoy, vimos, en el versículo 32, que Jesús habla de la dispersión de los discípulos, quienes lo dejaron solo durante ese misterio pascual. Pero Jesús les recuerda: «Mirad que llega la hora y ya ha llegado en que os dispersaréis, cada uno por su lado y me dejaréis solo». Y dice Jesús: «No estoy solo. El Padre está conmigo».
Luego después, Jesús habla de la paz de Cristo, hermanos y hermanas. Esta no es la ausencia de dificultades, sino la confianza en que el encuentro con Cristo jamás nos deja en la soledad.
Ayer, hablábamos de que la ascensión no significa abandono, sino una nueva forma de presencia. Jesús nos dice, en el día de hoy, que, a pesar de las tribulaciones y las dificultades, debemos siempre mantener esta certeza: No estoy solo. ¡Dios está conmigo!
En este día, somos invitados a vivir el desafío y la dinámica de la confianza en el Señor. Aunque todos nos abandonen aparentemente, quien tiene a Dios nunca está solo, ni en la vida ni en la muerte.
«Confío en Ti, Jesús, en toda y cualquier situación». Esa debe ser nuestra oración. «Y sé que contigo jamás camino en el abandono».
Sobre todos ustedes, venga la bendición del Todopoderoso. Padre, Hijo y Espíritu Santo.
¡Amén!