“Vuelto a casa, se juntó otra vez tanta gente que ni siquiera podían comer” (Mc 3, 20).

Las personas están sedientas de Jesús, están con hambre de alimentarse de la Palabra de Él. A la medida que eran alimentado, la medida que sus corazones eran sanados, ellos tenían necesidad de estar cerca del Señor.

Aquí aparece una situación contraria, porque los parientes de Jesús salen para agarrar a Él, no para para tener a Él, pero para quitar, despreciar a Él, para decir que Él estaba fuera de sí. Los parientes que deberían ser los más cercanos era los que estaban más lejos del mensaje y de la autoridad que venía de Cristo.

Muchas veces, las personas que parecen ser más cercas del Señor, que trabajan, están en la iglesia, realizan incluso predicaciones, canciones y oraciones, son las que están más lejos de Él, porque ellas no tienen sed ni hambre de É, no se alimentan de Él, no se encogen para estar l lado de Jesús. Muchas veces, viven una actitud tan cómoda, relajada, normalizada, que tiene con Jesús una experiencia formal.

Las personas están sedientas de Jesús, están con hambre de alimentarse de la Palabra de Él

¡Esta multitud no! Ella esta hambrienta, sedienta y apasionada por la Palabra transformadora de Jesús. Y no podemos ser parientes de Jesús, necesitamos ser discípulos de Él.

Los parientes se conforman con la formalidad, los discípulos tienen sed de saciedad, de saciar de Jesús, de emborracharse de Él, de ser sanados por Él y de escuchar a Él. Los parientes no paran para escuchar Jesús. Muchas veces, nuestros parientes no nos dan atención; muchas veces, necesitamos hablar para los de fuera, porque los de dentro no nos escuchan.

Jesús vino para los Suyos, pero ellos no recibieran a Él. Que no seamos del grupo de los parientes, pero que seamos del grupo de los discípulos, de la multitud hambrienta y sedienta de la Palabra, porque es Jesús quien se compadece de nuestras debilidades.

¡Dios te bendiga!