“En aquel tiempo Jesús dijo a sus discípulos: Estén preparados, ceñidos y con las lámparas encendidas. Sean como los hombres que esperan el regreso de su señor, que fue a una boda, para abrirle apenas llegue y llame a la puerta. ¡Felices los servidores a quienes el señor encuentra velando a su llegada!” (Lucas 12,35-38).
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Mis hermanos y hermanas, celebramos con toda la Iglesia en este 2 de noviembre la fiesta de los difuntos o la Conmemoración de los Fieles Difuntos. Recuerdo y gratitud, dos palabras oportunas para hoy, recordando a nuestros seres queridos, recordando sus vidas y dando gracias a Dios por habernos dado a cada uno de ellos.
Estas personas no nos fueron arrebatadas, porque nunca fueron nuestras pertenencias. Nosotros no poseemos a las personas, las personas son un regalo de Dios en nuestras vidas, ya sean nuestros parientes, nuestros amigos, nuestros hermanos de camino, de comunidad. Son un don de Dios. No importa el tiempo cronológico que las hayamos tenido, lo que importa es la calidad de esa relación.
Por eso este día también nos recuerda a cada uno de nosotros la responsabilidad que tenemos con la vida de los demás, ya sean familiares o personas cercanas a nosotros. Estas personas existen y existirán siempre en nuestras vidas, porque la muerte no fue una ruptura y hoy queremos pedirle al Señor que nos libere de estos apegos a estas personas y también liberaremos a estas personas de la tristeza y otros malos sentimientos que cargamos por su partida a la vida eterna. Hoy nos vamos a quedar solamente con la nostalgia, que es un sentimiento tan noble y tan bueno.
La Conmemoración de los Fieles Difuntos, que también llamamos de “finados”, puede indicar “finalizados” Podríamos decir que son aquellos que han alcanzado el momento final de su existencia, el momento pleno. Por tanto, no estamos hablando aquí del ataúd, de la tumba, del sepulcro, de las cenizas, de los huesos, sino de la finalidad de nuestra existencia, de la meta de nuestra existencia, que es nuestra vida eterna con Dios.
Nosotros debemos vivir en el aquí y ahora con esta actitud del guerrero, que está listo para enfrentar las luchas de la vida cotidiana, las tribulaciones, las batallas, preparándonos para entrar en la vida eterna con Dios
A veces, lo que nos asusta del tema de la muerte, por ejemplo, es precisamente pensar en nuestra propia muerte, pensar que un día también nosotros daremos cuenta de nuestra vida ante Dios. Por eso, en el Evangelio de hoy, “estar preparados” es el nivel más alto de madurez espiritual que debe alcanzar un cristiano, estar preparado para encontrarse con Dios. De hecho, este”estar preparado”es la cima de la vida espiritual de todo cristiano.
A quien “está preparado” no le aterroriza la llegada de la muerte, porque sabe que la muerte es solo una puerta, solo el paso a la vida plena con Dios. Y Jesús dice en el Evangelio:”estén ceñidos”, es esa bella imagen para hablar de la prontitud; estar “ceñidos” era la postura del guerrero listo para luchar. Y nosotros debemos vivir en el aquí y ahora con esta actitud del guerrero, que está listo para enfrentar las luchas de la vida cotidiana, las tribulaciones, las batallas, preparándonos para entrar en la vida eterna con Dios.
En este día, lleva flores y velas a las tumbas de tus seres queridos, pero vuelve a casa dispuesto a vivir bien cada día de tu vida, unido a Cristo, para que un día podamos encontrarnos todos juntos en el paraíso reservado para todos nosotros.
Descienda sobre todos ustedes la bendición de Dios Todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.