Es un verdadero combate espiritual, es un combate mental y psicológico para encontrar, de hecho, la brisa, la suavidad de Dios en nosotros
“Después del terremoto, un fuego, pero Yavé no está en el fuego. Después del fuego, se sintió el murmullo de una suave brisa” (1Re 19, 12).
Elías esta en la montaña sagrada para encontrarse con el Señor. Como nosotros necesitamos encontrarnos con el Señor, sólo necesitamos saber donde Dios pasa, donde Él esta y donde Él permanece en la vida y en el corazón de cada uno de nosotros. El Señor no estaba en aquel viento impetuoso, en aquel viento fuerte, en aquella ventanilla.
En nuestra vida existen muchos vientos, lo que va y lo que viene, provocando agitaciones por donde pasa. Nuestro corazón, muchas veces, esta tomado por las agitaciones de la vida, y Dios no se encuentra en un corazón agitado ni en una vida agitada. De la misma forma, después del viento hay un terremoto, donde las cosas se sacuden. El terremoto es lo que provoca grandes desastres y sacudidas.
El terremoto es símbolo del desespero. A veces, creemos que vamos encontrar Dios cuanto más desesperados nosotros quedamos. Sucede una cosa pequeña y la persona transforma aquello en un grande desespero, en una gran calamidad. No es ignorado que existe calamidad y situaciones, realmente, desastrosas, pero mismo así eso no implica que el corazón tiene que entregarse al desespero.
Cuando nos desesperamos, perdemos la estabilidad de la esperanza y de la confianza que tenemos en el Señor. ¡Pasado lo que fue el terremoto, viene el fuego, símbolo de las pasiones, las cuales son tantas, y muchas de ellas violentas! Ellas vienen y arrasan nuestra alma y nuestro corazón. El fuego de las pasiones mundanas, de los sentimientos a la flor de la piel, el fuego por las pasiones de las cosas del mundo. Estas pasiones nos consumen por dentro.
La pasión es como un fuego encendido que va incendiando por donde pasa, por eso el Señor no esta en las ventanías de la vida, Él no esta en las tempestades, en las calamidades, en los desespero de la vida ni en las pasiones. Cuando pasó una brisa suave, fue allí que se escucho el murmurio de la presencia divina. Necesitamos aprender a calmar el corazón, equilibrar el alma y encontrar la serenidad dentro de nosotros.
Las cosas están muy agitadas y violentas dentro de nosotros, podemos incluso parecer personas calmas y tranquilas, pero dentro de nosotros aquella agitación, aquella desorden. Calma las tempestades, los terremotos, los desespero, combata el fuego de las pasiones y busca la serenidad, el silencio del alma y la sobriedad de espíritu. Es allí que nos encontramos con el Señor.
Es un verdadero combate espiritual, mental y psicologico para encontrar, de hecho, la brisa, la suavidad de Dios en nosotros. Muchas veces, hasta nuestras celebraciones son agitadas. Mientras no encontramos la profundidad del silencio, Dios no entra con profundidad en nuestra alma y nuestro corazón.
Es en la brisa suave y serena que Dios se encuentra con nosotros, y nosotros nos encontramos con el Señor.
¡Dios te bendiga!