Hoy, fiesta de María Magdalena, discípula, misionera y testigo de todas las gracias que Dios realizó en su vida y que la transformaron por completo. Por eso te invito a tomar nota del Evangelio de hoy, para reflexionar durante este día: Juan 20, 1-2; 11-18.
“«El primer día de la semana, María Magdalena fue al sepulcro de Jesús, muy de madrugada, cuando aún estaba oscuro, y vio que la piedra había sido retirada de allí. Entonces, salió corriendo y fue a encontrar a Simón Pedro y al otro discípulo, aquel a quien Jesús amaba, y les dijo: ‘Se han llevado al Señor del sepulcro, y no sabemos dónde lo han puesto’»”.
Un amor diligente
En este hermoso Evangelio de Juan, contemplamos una de las escenas más conmovedoras de la resurrección, es decir, el encuentro personal de María Magdalena con el Resucitado. Ella, que estuvo a los pies de la cruz, ahora es la primera en ir al sepulcro. Es la primera en ver a Jesús vivo.
Su amor fiel se transforma en testimonio. Esto es lo que necesitas recibir de este evangelio y de esta fiesta. El testimonio de María muestra el amor fiel de Dios por cada uno de nosotros.
Cuando Dios nos ama, transforma nuestra vida, nos convierte en testigos de Su verdad y de Su Evangelio.
María va al sepulcro cuando todavía está oscuro. No solo era de madrugada, sino que su corazón también estaba sumergido en la oscuridad del dolor, la pérdida y la confusión. Pero mira qué hermoso lo que sucede con María… En ese momento de dolor, Jesús la llama por su nombre: «¡María!». En ese instante, todo cambia en su corazón. Jesús se revela con ternura, con cercanía, llamándola como un buen Pastor llama a sus ovejas. Ella entonces lo reconoce: «¡Rabuní!» (que significa Maestro).
Termino diciéndote lo siguiente: este Evangelio nos muestra que la Resurrección es también un encuentro personal. No es solo una verdad doctrinal, sino una presencia viva que nos llama por nuestro nombre. Él nos conoce, nos busca y desea consolar nuestro corazón.
Por eso pedimos a Dios, por intercesión de Santa María Magdalena, que podamos vivir la gracia de este testimonio y del amor de Dios por cada uno de nosotros, incluso en tiempos de oscuridad, de dolor y de confusión.
Por intercesión de esta gran mujer de Dios, pedimos al Señor que nos bendiga en nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
¡Amén!