“Volviendo a salir de la región de Tiro, vino por Sidón al mar de Galilea, pasando por la región de Decápolis. Y le trajeron un sordo y tartamudo, y le rogaron que le pusiera la mano encima. Y tomándole aparte de la gente, metió los dedos en las orejas de él, y escupiendo, tocó su lengua; y levantando los ojos al cielo, gimió, y le dijo: Efata, es decir: Sé abierto” (Mc 7, 31-34).

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Mis hermanos y mis hermanas, hoy es domingo día del Señor, nosotros estamos en el vigésimo tercero domingo del tiempo común. Jesús encuentra un sordo que hablaba con dificultad, Gago, con dificultad de hablar. La dificultad de hablar procede de la dificultad de escuchar. Un error de comunicación, viene siempre de no estar atento para escuchar lo que el otro habla. Y cuantos estragos se hacen debido una terrible comunicación, nosotros sufrimos eso en los tiempos actuales, en que nosotros somos bombardeados con muchas información, nosotros nos perdemos en el medio de los ruidos de comunicación.

Aplicando esto al evangelio de hoy, quien no sabe oír la Palabra de Dios de forma correcta, producirá lo que en comunicación llamamos cacofonía. La cacofonía es un sonido extraño, un sonido desagradable. Hablarán de la Palabra de Dios, pero con distorsiones, con conceptos errados, con una imagen equivocada de Dios e incluso con elementos contrarios a las enseñanzas del Evangelio.

Los ruidos pueden ser internos o externos

Tú y yo, escuchamos el día de nuestro bautismo, aunque no entendiéramos en aquel momento cuando el sacerdote rezó sobre nosotros diciendo: “Effetá”, ábrete a la escucha de la Palabra del Señor. Es hermoso, en el ritual del bautismo, cuando ya al final de la celebración, el sacerdote, sobre los oídos del niño, pronuncia: “El Señor Jesús, que hizo oír a los sordos y hablar a los mudos, te conceda que pronto puedas oír su Palabra y profesar la fe, para alabanza y gloria de Dios Padre”. Esto está en el ritual del bautismo. Ábrete, “Effetá”.

Jesús, con este gesto, recrea la capacidad de aquel hombre de ser verdaderamente humano, la capacidad de relacionarse con las personas, de comunicarse con la gente, de darse a conocer y de conocer a los demás. Nadie queda fuera de la gracia de Dios, porque Dios no hace jamás acepción de personas. Él quiere que todos oigamos su Palabra, escuchemos su voz y tengamos nuestras vidas transformadas.

Sobre todos ustedes, venga la bendición del Todopoderoso. Padre, Hijo y Espíritu Santo.

¡Amén!