“María Magdalena fue a anunciar a los discípulos que había visto al Señor y que él le había dicho esas palabras” (Jn 20, 18).
Cuando miramos el Evangelio de hoy, vemos María Magdalena del lado de fuera del túmulo llorando, y de su llanto ella se inclina para dentro del tiemplo.
El llanto de María es nuestro llanto, es el llanto de muchas mujeres, de muchas madres, es el llanto de la humanidad que llora sus dolores, sus frustraciones, sus miedos y sus angustias; y nosotros no podemos tener miedo de llorar. El llanto viene para fuera para expresar lo que nos hace sufrir.
¿Quién de nosotros no sufre? Unos sufren más, otros sufren con una intensidad tan intensa, que el alma sumerge en una angustia profunda.
Dios en Su Hijo Jesús vivo y resucitado, viene consolar todas las lagrimas de nuestros ojos. Él viene consolar todas nuestras noches de llanto. Tenemos muchas cosas que nos hacen llorar, pero tenemos el más sublime consuelo, el consuelo que viene del corazón de Dios, el consuelo que nos habla que ningún dolor tiene la palabra final, ninguna angustia determina o aprisiona nuestra vida.
Necesitamos abrir nuestro corazón para que seamos iluminados por la presencia de Cristo
Lo que da sentido a nuestra vida es la luz de Dios, y esa luz es viva, esa luz tiene nombre, esa luz es Jesús, el Cristo vivo y resucitado que está en nuestro medio. Necesitamos abrir nuestro corazón, nuestra mente y nuestros sentimientos para que estés sean iluminados por la presencia de Cristo.
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Es verdad que, en el medio del llanto de estas mujeres, entre ellas, especialmente María, los ángeles viene consolar, viene preguntar por que ella llora, así como los ángeles viene consolarnos y preguntar por que nosotros lloramos.
Hay momentos que el llanto, que el dolor es mayor que nuestra fe, y no vemos ni quien esta a nuestro lado, no vemos ni la dimensión más profunda de nuestra existencia.
María lloraba mucho, que no se dio cuenta de Jesús al lado de ella. María se angustiaba mucho, que no fue capaz de reconocer que Jesús hablaba con ella.
Dejemos Dios secar nuestras lágrimas, dejemos Dios tomar cuenta de los sentimientos de nuestro corazón. Dejemos Dios tomar cuenta de lo que nos hace llorar para poder reconocer que Él esta en nuestro medio, que Él vive, que es el Señor y cuida de nosotros.
¡Dios te bendiga!