“En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: “Si me conocierais a mí, conoceríais[a] también a mi Padre; y desde ahora le conocéis y le habéis visto”. Le dijo Felipe: “Señor, muéstranos al Padre, y nos basta”. Jesús le dijo: “¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros, y no me has conocido, Felipe? El que me ha visto a mí, ha visto al Padre; ¿cómo, pues, dices tú: Muéstranos al Padre?” (Juan 14,7-9)[b].
Portavoz
Hermanos míos y hermanas mías, llega un momento en nuestra vida en que nos damos cuenta de que aquello que más buscábamos estaba justo delante de nuestros ojos. Decimos, en el lenguaje popular, “nos cayó la ficha” o “caímos en la cuenta”, lo que quiere decir, finalmente, que vimos aquello que esperábamos ver o tal vez no esperábamos ver.
El apóstol Felipe, hoy, es nuestro portavoz. En él están presentes nuestros anhelos de ver la gloria de Dios, el rostro del Padre finalmente, esperado por todo el Antiguo Testamento, por los profetas y, ahora, revelado a nosotros en Jesucristo.
Todo estaba delante de los ojos de Felipe. Él necesitaba quitar de sí aquella ansiedad maléfica que nos roba el momento presente y sus gracias, y nos sume en una agitación por algo que queremos tanto, pero que solo vemos de la manera que imaginamos.
Esa ansiedad de no vivir bien el tiempo presente y de colocarse siempre en la dinámica del después, del mañana. Debemos rescatar la capacidad de vivir con totalidad cada instante de nuestra vida. Existe, en cada momento de nuestro día, una revelación de Dios, de Su rostro, de Su corazón.
Podemos ver a Dios todos los días, podemos contemplarlo, porque Dios nos habla en los hechos, Él muestra Su rostro incluso en las situaciones más difíciles de nuestra vida.
La visibilidad es constitutiva, por ejemplo, de los sacramentos. Estos son signos visibles de una gracia invisible. Por ejemplo, cuando ves pan y vino en la Eucaristía, recuerda que esa visibilidad demuestra el amor de Dios en Su hijo Jesús, que se nos da como alimento diario. Contempla la grandeza de Dios en la simplicidad de las materias, del pan y del vino.
La Eucaristía es para nosotros un aprendizaje de la experiencia de Dios, de la visibilidad de nuestro Dios.
Que este encuentro baste para saciar la sed de nuestra alma.
Te invito hoy a decirle a tu corazón: ¡Esto me basta! No necesito nada más.
Dios ya se me ha revelado. Dios ya me ha mostrado Su rostro de amor, y ese rostro debemos verlo para creer definitivamente que el Señor está siempre a nuestro lado, Él camina con nosotros.
Sobre todos ustedes, venga la bendición del Todopoderoso. Padre, Hijo y Espíritu Santo.
¡Amén!