“Les aseguro que ustedes van a llorar y se van a lamentar; el mundo, en cambio, se alegrará. Ustedes estarán tristes, pero esa tristeza se convertirá en gozo” (Jn 16, 20).
El mundo se alegra con cualquier cosa, el mundo se alegra con el mal, con las injusticias, con el pecado; el mundo se alegra con todo aquello que, muchas veces, es maldad. No compartimos de la alegría mundana, pues el mundo se alegra incluso con el sufrimiento de muchos hermanos.
Si el mundo se alegra, nosotros lamentamos. Nosotros incluso quedamos tristes con aquello que estamos viendo, dando testigo, con lo que está pasando y ocurriendo. Quedamos triste con vidas humanas que se están yendo, quedamos tristes con el tratamiento que se da a la persona humana, quedamos tristes con el descaso con la persona humana, quedamos tristes con el desprecio que se hace con Dios, con la verdad y el amor de Dios. Pero la Palabra nos esta diciendo que nuestra tristeza se transformara en alegría.
Que nuestra tristeza sea vivida en Dios, que nuestra tristeza se pase en Dios, es por eso que un hombre y una mujer de Dios no quedan tristes por mucho tiempo. Toda tristeza en Dios es temporaria y momentánea, porque toda tristeza en Dios es transformada, y Dios no da la verdadera alegría, ya que en la Tierra experimentamos las primicias de esta alegría.
Dios nos va conceder una alegría eterna, que nadie ni el mundo podrá quitar de nosotros
Experimentamos la alegría de ver una persona venciendo, de ver la persona superando; experimentamos la alegría de las pequeñas victorias, la alegría de participar de la Eucaristía. Experimentamos la alegría de amar unos a los otros, y no dejamos de ninguna forma, las alegrías que Dios nos manda en el día a día, mismo en medio de las lagrimas que caminamos.
La verdad mayor es esa: Dios nos va conceder una alegría eterna, que nadie ni el mundo podrá quitar de nosotros ni perturbarnos.
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Prácticamente, hace un año que mama fue para la Casa del Padre, y la tristeza tomo cuenta de mi corazón. La tristeza toma cuenta del corazón de aquel que ve su pariente partir, pero tengo que decir que ellos experimentan una alegría tan grande y plena. Somos nosotros que extraños mucho, pero ellos ya pasaran de la nostalgia, están en la plena felicidad, y tampoco piensan en volver a este mundo. Están preparando nuestro lugar para que, un día, también podamos estar allá, porque la alegría de estar junto de Dios a nada se compara.
Hoy, incluso, celebramos Nuestra Señora de Fátima. Lucia tuvo la gracia, junto con los Pastores, de tener la visión del Cielo. Era una alegría inconmensurable, que desearon aún niños para vivir allá.
Que no perdamos el gusto, la alegría de saber que pertenecemos a los Cielos. Luchemos por nuestro lugar en el Cielo, porque la alegría que es reservada allá para nosotros no se comparar a cualquier centímetro de sufrimiento que pasamos en esta vida.
¡Dios te bendiga!