17 Jan 2019

Dios actúa en nosotros por medio de las virtudes de la fe y de la humildad

Dios nos concede la fe y la humildad, virtudes necesarias para caminar siempre en Su camino

“Sintiendo compasión, Jesús extendió la mano y lo tocó diciendo: «Quiero, queda limpio” (Mc 1, 41).

Acompañamos a este leproso que se acerca de Jesús, y dos virtudes toman cuenta de corazón de aquel hombre. La primera de ellas es la humildad de reconocer su fragilidad, su lepra; reconocer lo que estaba en él. La segunda virtud es la fe, porque humildemente él profesa su fe. Él exclama “Señor, si quieres, tienes el poder de sanarme”. Y Jesús dijo: “Yo quiero: ¡quedar sanado!”.

Cuando somos humildes y cuando tenemos fe, la gracia de Dios actúa en nosotros y nos liberta, purifica, restaura; la gracia de Dios nos renueva. Podemos tener fe, pero no tenemos la humildad. Fe y orgullo; fe y soberbia no producen frutos.

Podemos tener humildad, gracia esta más que necesaria, porque el Reino de los Cielos es de los humildes, pero el humilde necesita tener, también, la fe. Tener confianza y fe en Jesús. Saber que es Él quien cuida de nosotros, porque podemos incluso sernos humildes, pero si somos aquellos humildes negativos, pesimistas, desanimados, sin esperanza, sin confianza, nos entregamos a la postración, sin saber que rumbo seguir en la vida.

Humildemente reconocemos nuestras situaciones, miserias, debilidades; nuestros pecados, errores, limites. Reconocemos las cosas que no dieron bien, pero humildemente tengamos fe y confianza en Él. No quitemos nuestra mirada de Él. No quitemos de Jesús nuestra confianza, porque sabemos todo lo que Él puede hacer por nosotros. Es en Él que ponemos nuestro corazón.

Ocurra lo que ocurra no vamos desanimar o desesperar, porque solo tiene desespero quien no confía y llega al limite de la desconfianza, por eso te desesperar, porque solo tiene desespero quien no confía y llega al limite de la desconfianza, por eso se desespera. Ocurra lo que ocurra, pongamos siempre nuestro corazón en Jesús.

Pero, muchas veces, nosotros somos personas de mucha fe, hablamos a nosotros mismos: “¡Nuestra! Yo confió en Jesús, hablo de Jesús”. Además, somos tomados por una arrogancia, por un orgullo, una soberbia terrible, y no vemos la gracia de Dios ocurrir en nosotros, en nuestra vida, en lo que hacemos, porque tenemos la fe, pero tenemos la humildad, esto es, humillarse, no tenemos la humildad de ver nuestra miseria. Porque humildad es aquel que sumergí en tu miseria humana, toca en ella y se pone totalmente dependiente de Dios. El humilde no se hace mejor que los demás; no se hace el más importante; no confía en si propio. No es no tener autoconfianza, el problema esta con el exceso de ella; es creer que somo “el señor” de este mundo. Cuando reconocemos que Jesús es el Señor y somos Sus humildes siervos, la gracia de Dios actua en nosotros.

Que Dios nos conceda la fe y la humildad necesaria para caminar siempre en Su camino.

¡Dios te bendiga!

Pai das Misericórdias

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