“En aquel tiempo, con motivo de una fiesta de los judíos, Jesús subió a Jerusalén. Existe, en Jerusalén, junto a la puerta de las ovejas, una piscina llamada, en hebreo, Betesda, que tiene cinco pórticos. Allí, yacía un gran número de enfermos, ciegos, cojos y paralíticos. Estaba allí también un hombre enfermo hacía 38 años. Al verlo tendido y sabiendo que estaba así hacía mucho tiempo, Jesús le preguntó: “¿Quieres ser curado?”. El enfermo respondió: “Señor, no tengo a nadie que me introduzca en la piscina cuando el agua es agitada. Mientras yo voy, otro desciende antes de mí”. Le dijo Jesús: “Levántate, toma tu camilla y anda” (Juan 5, 1-16).
Paralisis espiritual
Aqui, mis hermanos y mis hermanas, existe el contexto de un hombre que estaba paralizado, paralítico durante 38 años, y también otras personas que estaban en la misma condición. Pero existían los fariseos, los maestros de la ley que estaban paralizados no física, sino espiritualmente.
Es en esta realidad que quiero llevarlos a reflexionar, en el día de hoy, sobre la parálisis, la ceguera espiritual en la que muchos de nosotros podemos estar. Aquí existe algo muy importante: el hombre, que estaba paralizado durante 38 años, tenía el deseo de ser curado.
¿Qué significa esto para nosotros?
Que nosotros debemos acercarnos a Jesús para ser curados, pero necesitamos desearlo. Esa cura es, justamente, la cura del pecado, y el pecado genera en nosotros un gran mal, más que una enfermedad física.
Porque, mis hermanos, mis hermanas, si la persona que vive una enfermedad, una parálisis, está en Dios, ella tiene su corazón curado por Él, y eso la va a llevar a la salvación.
El pecado nos hace quedar ciegos ante aquello que Dios nos ofrece. Y eso puede costarnos nuestra salvación si no somos curados por Jesús. Aquel hombre deseó ser curado por Cristo.
Esta es una opción que vamos a hacer de forma libre, dejarse curar y no pecar. Y eso puede llevarnos a un enfriamiento espiritual y también a un alejamiento de Dios. Hagan como ese hombre que estaba allí paralítico, pero que deseaba ser curado por Jesús.
Esto debe llevarnos a una conversión verdadera y a un deseo de estar unidos a Dios siempre. Que el Señor nos bendiga, que el Señor nos quite de toda ceguera y de toda dureza que el pecado puede causar en nosotros, y solo Jesús puede tocar nuestra vida y curarnos profundamente.
Sobre todos ustedes, venga la bendición del Todopoderoso. Padre, Hijo y Espíritu Santo.
¡Amén!