Dentro de cada uno de nosotros existe un Saulo, aquel hombre viejo, que no se deja convertir por Dios y que no acepta ser rechazado por nadie
“Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? Le respondí: «¿Quién eres, Señor?», y la voz me dijo: Yo soy Jesús de Nazaret, a quien tú persigues” (He 22, 7-8).
Un hombre religioso como Saulo, formado en la mejor escuela judaica, conocedor de las leyes, de los principios divinos, cae por tierra y toma consciencia que él perseguía el Evangelio en lugar de abrazarlo.
Cuando miro para la conversión de Saulo, pido a Dios la gracia de poner mi la barba en remojo, poner mi corazón en espíritu de alerta, poner mi mente en el estado de examen de consciencia, para que yo pueda ver mis actos, mis actitudes, pues, yo soy un hombre religioso, padre hay algunos años, bautizado desde niño, confirmación del bautizo, hizo primera comunión.
Si miramos para todos los títulos religiosos que tenemos, vamos ver que somos religiosas, amamos o perseguimos el Evangelio. El corazón va siempre decirnos que amamos el Evangelio, pero ni siempre las actitudes confiesan eso. Nosotros, muchas veces, masacramos el Evangelio con nuestros contra testimonio.
Paulo tenía un ímpetu temperamental fortísimo y ese ímpetu temperamental no permitía que él mire la verdad, por el contrario, se convertía incluso ciego, oscurecía su visión. Era tan convencido de sí mismo, tan convencido de aquello que él conocía y sabía, que él no se permitía conocer más nada. Por el contrario, él perseguía, tiraba piedras y mataba quien se oponía sus convicciones.
Dentro de cada uno de nosotros existe un Saulo, aquel hombre viejo, que no se deja convertir por Dios y que no acepta ser rechazado ni cuestionado por nadie. Él no acepta, de ninguna forma, quien piensa diferentes, quien habla diferente de él. Aquel Saulo, aquel hombre cerrado en sus ideas y convicciones, especialmente, las ideas religiosas que te llevan a perseguir, a criticar quien piensa o hace diferentes de él.
Hoy, yo quiero mirar para Saulo, el hombre viejo, para aquel que él me muestre el Pablo, el hombre nuevo y convertido, el hombre que cayo con su mente por tierra para ver la verdad de la luz.
Quiero pedir a Jesús, que en el camino de Damasco se mostró a Saulo, se muestra a nosotros, que nos muestre donde equivocamos, donde pecamos, donde estamos cerrados en nuestro orgullo, en nuestra autosuficiencia, y no nos convertimos a cada día.
En la fiesta de la conversión de Saulo, pido a Dios la gracia de la conversión de mí vida.
¡Dios te bendiga!