“Aconteció también en otro día de reposo, que él entró en la sinagoga y enseñaba; y estaba allí un hombre que tenía seca la mano derecha. Y le acechaban los escribas y los fariseos, para ver si en el día de reposo lo sanaría, a fin de hallar de qué acusarle. Mas él conocía los pensamientos de ellos; y dijo al hombre que tenía la mano seca: Levántate, y ponte en medio. Y él, levantándose, se puso en pie” (Lc 6, 6-8).

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Bueno, siguiendo con el texto, sabemos que Jesús curó a este hombre en día sábado, pero vamos a reflexionar sobre esa mano seca. La palabra “seco” en griego, “xeros”, también se refiere a la tierra en distinción del agua.

Hablando del cuerpo, se refiere a aquel miembro privado del flujo sanguíneo, aquel miembro retraído, que decimos “marchito”, ese es el significado de la palabra “xeros”, significa seco. Este era el estado de aquel hombre en la sinagoga. Si nos fijamos, Jesús lo llama al centro, señal de que aquel hombre vivía excluido en los rincones, teniendo el pobre que conformarse, quién sabe, con su conciencia perturbada, con la idea de que aquella enfermedad suya era una especie de castigo divino. Porque recordemos, en el Antiguo Testamento, la enfermedad se interpretaba como un castigo por los pecados.

Entonces, imaginen a aquel hombre con su conciencia teniendo que interpretar y entender que aquella mano seca, su enfermedad, era fruto de su pecado. ¿Se imaginan si Dios nos castigara en nuestras manos por todo lo malo que hacemos con ellas? De hecho, Dios no nos trata como merecen nuestras faltas.

Miembro del Cuerpo de Cristo

Vamos a cerrar este paréntesis, dicho esto, porque ahora, mirando y haciendo una interpretación eclesial de este pasaje, podemos tener una idea de lo que sucede en la vida de un miembro del Cuerpo de Cristo. Es decir, cada fiel, cada uno de nosotros que se aleja del Señor y pierde la vitalidad de la vida espiritual. No hay otra sentencia, el fiel que se aleja de Cristo, se seca y muere.

Quien se aleja de la savia de la gracia de Dios derramada en los sacramentos administrados por la Iglesia, poco a poco se va consumiendo espiritualmente hasta quedar seco y sin vida.

Por muy simple y pequeño que sea el grupo al que perteneces o tu comunidad, nunca te alejes de ella. Porque es en ese lugar sencillo, humilde, donde Jesús derrama su gracia santificante.

Aunque ese lugar esté compuesto por personas difíciles, personas difíciles de tratar, personas que juzgan, que murmuran, que no creen genuinamente en Dios, a pesar de todo ello, es allí donde Dios hará maravillas en tu vida. No te alejes de tu comunidad, no te alejes de tu grupo.

Importa escuchar la palabra de Jesús, levantarse de las posibles caídas, buscar la gracia de la reconciliación y volver al centro de la comunidad y celebrar la presencia del Señor en medio de nosotros.

Sobre todos ustedes, venga la bendición del Todopoderoso. Padre, Hijo y Espíritu Santo.

¡Amén!