Es de la oración que viene la fuerza, el estimulo, la luz, la gracia y la presencia de Dios en todo lo que vivimos

“Unos ocho días después de decir esto, Jesús tomó a Pedro, Juan y Santiago, y subió a la montaña para orar. Mientras oraba, su rostro cambió de aspecto y sus vestiduras se volvieron de una blancura deslumbrante” (Lc 9,28).

Jesús esta llevándonos para el monte para que podamos rezar con Él. Cuando Él nos lleva para el monte, cuando la oración sale de nuestro corazón, somos también transfigurados y transformados por la presencia de Dios.

El discipulo que lleva su cruz a cada día, contempla su gloria en la oración. Es de la oración que viene la fuerza, el estímulo, la luz, la gracia y la presencia de Dios en todo lo que vivimos.

El camino cuaresmal no nos guía a la solo a la muerte, ella nos guía para la muerte que nos lleva a la vida. Es morir para vivir, es morir para resucitar, es morir para contemplar la gloria y sernos glorificado. Es por eso que en este segundo domingo de la Cuaresma, somos invitados a subir al monte con Jesús para contemplar su rostro, para ver su rostro resplandece de gloria y, al mismo tiempo, contemplar que en Él se cumplen las profecías y leyes del Antiguo Testamento.

Jesús es la plenitud de toda la revelación divina, es para Él que debemos volver nuestra mirada, dejar que Su voz llegue a nuestros oídos. Escucharlo es la principal misión del discípulo de su seguidor. Por eso, el padre esta diciendo a nuestros oídos: “Este es mi Hijo, el Elegido, escúchenlo” (Lucas 9, 35).

Cuando nosotros escuchamos a Él, todo nuestro ser es transformado, es transfigurado por Su presencia. Nuestros sentidos contemplan a Él con los ojos, nuestros ojos son transfigurados por Su presencia, hablamos de la presencia de Él porque es bueno quedar delante de Él, pero solo contemplamos a Él cuando escuchamos.

Es necesario abrir nuestro corazón, ponerse en actitud de oración para que Jesús pueda hablar con nosotros, hable a nuestra vida y al corazón.

¡Dios te bendiga!