Estamos pisando en el amor, que aprendamos de la luz de la fe, para vivir nuestras preferencias religiosas
“¿Cómo puede Satanás echar a Satanás? Si una nación está con luchas internas, esa nación no podrá mantenerse en pie. Y si una familia está con divisiones internas, esa familia no podrá subsistir. De igual modo, si Satanás lucha contra sí mismo y está dividido, no puede subsistir, y pronto llegará su fin” (Marcos 3, 24-26).
El maligno es el destructor, él es el destruido, porque es aquel que provoca la separación, es aquel que se separa de Dios y quiere también separarnos del Señor. Es aquel que quiere ver familias divinas, personas divididas, personas divididas, iglesia dividida, él quiere ponernos unos contra con los otros.
El Evangelio de hoy es una alerta para todos nosotros, porque de nada sirve solo poner la culpa en el maligno cuando nosotros, de libre y espontánea voluntad, dejémonos seducir por sus artimañas. De una vez por todas aprendemos que el diablo es aquel que divide, es aquel que separa, es aquel que se aparta de Dios y quiere también que otros se separen de Él. Él no siembra el amor, pero siembra la discordia; no siembra la unión, pero la desunión y la pelea; él no pone las personas para unirse, pero pone las personas una contra las otras.
No necesitamos ilustrar porque es solo mirar el mundo en que vivimos, no es un mundo distante, pero; ¿hay algo más triste que una familia dividida? ¿Que una familia que solo tiene peleas, separaciones, divisiones? En una familia puede haber desentendimientos y dificultades de relación, pero no unos estar contra el otro, los padres contra los hijos, los hijos contra los padres, los hermanos unos contra los otros, hermanos que no se hablan más, que no entienden.
Y no es solo en una familia, es en nuestra familias, en nuestras comunidades, hermanos de la fe que no se hablan, hermanos que están unos contra los otros, atacando unos a otros, hablando mal de los demás. Lo siento, pero lo más importante no es nuestra predicación, la bandera religiosa que cargamos o la música que cantamos, lo que más importa es el amor que nos une.
Estamos pisando en el amor, que aprendamos de la luz de la fe, para vivir nuestras preferencias religiosas, familiares o cuidamos de nuestras heridas y no cuidamos del amor que necesitamos tener unos contra los otros.
El reino dividido contra si mismo no puede subsistir, el Reino de Dios no subsiste en nosotros, él va desapareciendo de nuestro medio, comenzamos a vivir en un reino de confusión, mentiras, intrigas, embates, combates o, en realidad, somos llamados a implantar el Reino de Dios.
No debemos ponernos unos contra los otros, debemos saber vivir y convivir con las diferencias, con los puntos de vistas que no se golpean. Pero existe algo mas profundo que cualquier punto de vista, que cualquier desentendimiento, herida o resentimiento: es el amor que Dios tiene por nosotros, el amor que Te llevo a derramar su sangre en la Cruz para hacer de dos pueblos o, de cuantos pueblos fueron, solo un pueblo, el pueblo de Dios y así construir el Reino de Dios que no es un Reino dividido, pero un Reino de amor, de paz y unión.
¡Dios te bendiga!