“Guárdense de las buenas acciones hechas a la vista de todos, a fin de que todos las aprecien. Pues en ese caso, no les quedaría premio alguno que esperar de su Padre que está en el cielo” (Mt 6, 1).
En la sociedad en que estamos donde todo tiene que ser mostrado y propagado, donde las persona necesitan de muchos likes, necesitan ser reconocidas por aquello que están haciendo, nosotros, muchas veces, perdemos la dirección evangélica de la vida, que es la gratuidad.
Aquello que hacemos no es para sernos reconocidos, para sernos alabados ni glorificados. De forma alguna, aquello que hacemos es para Dios que realizamos.
Tu puedes hacer una oración publica o en tus redes sociales, pero no puede dejar de hacer tu oración sublime. ¿Cuál es la oración sublime? Es la oración particular, reservada, aquella que nadie necesita ver ni saber lo que tu haces; es aquella intimidad y particularidad que tu tiene con Dios, que es solo tuya.
Es de ella que nos abastecemos y nos alimentamos, a partir de ella podemos llevar oraciones para todos los lugares. Ahora, quien solo reza en publico, es para el publico que importa, y no para Dios; pero quien, realmente, se comunica con Dios, comulga del corazón de Dios, busca a Él en su intimidad y en el silencio, busca Dios en tu momento particular que nadie ve.
Necesitamos hacer sacrificios, penitencias, necesitamos ayunar para crecer en la intimidad con Dios
Busquemos nuestro interior, busquemos nuestro dormitorio más intimo, busquemos nuestro lugar más sagrado, pues es allí que Dios esta. Tenemos que dar ejemplos de caridad para este mundo, que mostrar para el mundo que necesitamos dar limosna, necesitamos cuidar de los más pobres y necesitado, pero no hagamos de eso un escaparate o una situación para exponernos.
Que la caridad practicada sea testimonio, más la caridad sublime es aquella que hacemos sin nadie saber. Hagamos la caridad con más intensidad, gusto y no sigamos la mentalidad del mundo, que es la mentalidad de la publicidad, de propagar todo lo que hacemos para que las personas vean.
La mística de la relación con Dios es que todo que hacemos sea para Él. Que la intensidad de nuestra vida sea vivida, especialmente, en la particularidad de nuestro encuentro con el Señor. Necesitamos hacer sacrificios, penitencia, necesitamos ayunar, pero no para mostrarnos o para parecer que somo héroes. Es para crecer en nuestra relación e intimidad con Dios. No es nunca para llamar la atención sobre nosotros.
Que aprendamos el sentido de la gratuidad, de la relación intima y profunda con Dios. La vida va hacer trasparecer en la transformación interior, en los gestos y en las actitudes, aquello que vivimos en la intimidad. Es decir busquemos la oración, el ayuno, el sacrificios, la penitencia, la caridad y el amor para con el prójimo sin hacernos de eso publicidad o propaganda, pero que eso sea, de verdad, un acto de nuestro amor para con Dios.
¡Dios te bendiga!