Vino un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan. Éste vino como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él. No era él la luz, sino que vino para dar testimonio de la luz: de aquel que era la luz verdadera, que, al venir al mundo, ilumina a todo hombre.
Un competidor de esta carrera
Hermanos y hermanas, hoy la Iglesia también celebra la memoria de San Silvestre I, que fue Papa de nuestra Iglesia. San Silvestre gobernó la Iglesia desde el 31 de enero de 314 hasta el 31 de diciembre de 335.
Esta trayectoria papal bautizó la famosa carrera que se celebra en la ciudad de São Paulo el día de hoy, la famosa Carrera de San Silvestre. Precisamente para hablar del mandato del Papa Silvestre I.
Bien, en el Evangelio de hoy tenemos un competidor de esta carrera, Juan. Para dar testimonio de la luz, es necesario correr a la velocidad de esta luz, ¡y esta luz es Cristo! Y es necesario correr en el camino que Él nos propone, en el trayecto que Él nos propone.
Y no es una carrera fácil.
Ahí está el ejemplo de los atletas que corren la carrera de hoy. Quien quiere seguir a Jesús necesita prepararse muy bien para el trayecto que es necesario recorrer. Hay momentos en los que parece que el aliento va a faltar. Cuando vemos en la televisión esos últimos metros, los atletas ya están completamente destruidos… Las piernas ya no responden.
Pero es en ese momento de nuestra carrera que Jesús viene a nuestro encuentro. Y no solo nos da un vaso de agua, sino que Jesús nos carga en Sus brazos, nos da descanso en Su corazón y nos devuelve la capacidad de seguir hacia la meta. Jesús no quiere que nadie se quede parado en el camino.
Y si ustedes, por algún motivo, han dejado de caminar en Cristo, tengo que decirles: regresen. Busquen la confesión, la reconciliación, anímense y sigan adelante con sus propósitos.
Hoy es el último día del año 2024, es la meta; mañana comienza un nuevo año civil, y nosotros los cristianos necesitamos vivir esta nueva aventura en Cristo Jesús. Estamos llamados a ser luz en medio de este mundo que yace en las tinieblas.
Muchos brindarán esta noche, pidiendo salud, mucho dinero, pero nosotros celebraremos la Eucaristía. Elevaremos el cáliz del Señor y pediremos, sí, todo lo que sea necesario para nuestra vida en este mundo. Pero, sobre todo, pediremos que no nos falte la gracia de Dios y el soplo del Espíritu Santo, para que, en la línea de meta de nuestra existencia, Dios nos reciba con los brazos abiertos y nos introduzca en el podio de la vida eterna.
¡Feliz Año Nuevo para todos ustedes! Y que la bendición de Dios recaiga sobre sus familias. En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén!
