“Jesús bajó entonces con sus padres a Nazaret, y les estaba sujeto. Su madre, por su parte, conservaba todas estas cosas en su corazón” (Lucas 2, 51).

Corazón sin mácula

Hermanos y hermanas, hoy celebramos la memoria del Inmaculado Corazón de la bienaventurada Virgen María. Hoy celebramos el Inmaculado Corazón de María. Ayer celebrábamos el Sagrado Corazón de Jesús.

El corazón Inmaculado de María, hermanos y hermanas, refleja, en primer lugar, la perfecta obediencia a la voluntad de Dios. Como Madre de Jesús y Madre nuestra, nos enseña a acoger con humildad la voluntad del Señor en nuestra vida. Su corazón es modelo de pureza y dedicación y, a través de Él, encontramos el camino hacia la verdadera santidad.

Ahora, pensemos en lo siguiente: en el lenguaje bíblico, el corazón representa la totalidad de la dimensión interior, la dimensión de interioridad, que es también una dimensión invisible de cada uno de nosotros. Mientras que en el mundo contemporáneo, hoy en día, vemos que cuando hablamos del corazón, entendemos principalmente las realidades de los sentimientos y de las pasiones.

En el Antiguo Testamento, el significado era mucho más amplio y completo, pues indicaba la sede de la voluntad, del pensamiento y de las emociones.

Surge, entonces, una pregunta que debemos hacernos al final de esta homilía, en este día en que celebramos el Inmaculado Corazón de María: “¿Cómo era el corazón de María? ¿Cómo funcionaba?”.

Un corazón puro, libre del peso y de las consecuencias del pecado original.

Un corazón sin mácula, hermanos y hermanas, como el Corazón de María, es libre, no carga ningún tipo de sospecha sobre la presencia y los cuidados de Dios en la propia vida.

Aprendamos esta realidad del Inmaculado Corazón de María. Aprendamos a confiar enteramente nuestra vida a los cuidados del Padre, a los cuidados de Dios.

Sobre todos ustedes, venga la bendición del Todopoderoso. Padre, Hijo y Espíritu Santo.

¡Amén!