“En aquel tiempo, Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan, y los llevó aparte a un monte alto. A la vista de ellos su aspecto cambió completamente: su cara brillaba como el sol y su ropa se volvió blanca como la luz. En seguida vieron a Moisés y Elías hablando con Jesús. Pedro tomó la palabra y dijo a Jesús: «Señor, ¡qué bueno es que estemos aquí!” (Mt 17, 1-4).
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Celebramos, hoy, la Fiesta de la Transfigiración del Señor. Jesús sube a una montaña elevada con Él tres de Sus discípulos: Pedro, Tiago y Juan. Y allí, delante de ellos, revela Su gloria.
La Palabra, retirada hoy del Evangelio de San Mateo, nos habla que Su rostro brilló como el sol y sus ropas quedaran blancas como la luz. Ese hecho extraordinario, además muy concreto, fue visto y después testimoniado por Sus apóstoles. Los tres que estaban con Jesús en aquel momento, contemplaran la manifestación de la gloria del Señor.
Sabemos que la montaña, dentro de ese contexto bíblico, es el lugar de la manifestación de Dios, es el lugar de la teofanía, es el lugar donde Dios se manifiesta Su gloria. Y Jesús, allí, manifesto Su divinidad y Su gloria a tres de Sus discípulos.
Delante de esta visión maravillosa, los tres discípulos son sostenidos; ellos fueron fortalecidos, fueron reanimados a tal punto, que el deseo de Pedro era construir una morada y permanecer allí. Pedro que, como siempre, es este porta voces de los demás, habla: “Señor, es bueno quedar aquí. Es bueno contemplar Su gloria. Vamos construir tres tiendas y quedar aquí”.
La gloria del Señor es reservada para aquellos que pasan por el sufrimiento escuchando la voz del Hijo amado
Y Pedro tiene razón: es siempre bueno — ¡hablo incluso que no solo es bueno, pero como es necesario estar delante del Señor y contemplar Su gloria!
De tiempos en tiempos, en nuestro camino de discípulos, también necesitamos de momentos de contemplación de la gloria del Señor. Y es allí, apartir de ese momento de contemplación, de ese tiempo de contemplación, que seremos, con toda la seguridad, sostenidos, reanimados y fortalecidos por esta voz del Alto que nos estimula a escucharnos siempre, cada vez más, el Hijo amado.
Son momentos así, mis hermanos, que nos ayudarán a no desanimar, cuando vinieron las dificultades, los desafios y las crisis. Son seguridad, fue ese momento que reanimo los discípulos a no desanimar cuando la gran probación de la cruz llego.
Porque cuando la cruz aparece en nuestra vida, necesitamos recordarnos que, después la cruz, la gloria del Señor nos espera. Ella no es el fin. ¡Después de la cruz viene, sí, la gloria!
Recordemos que el sufrimiento es momentáneo, todo sufrimientos es momentáneo y pasajero. Ahora, la gloria del Señor es reservada para aquellos que pasan por el sufrimientos escuchando la voz del Hijo amado.
Sobre todos ustedes, venga la bendición del Todopoderoso. Padre, Hijo y Espíritu Santo.
¡Amén!