“El Espíritu es el que da Vida, la carne de nada sirve. Las palabras que les dije son Espíritu y Vida. Pero hay entre ustedes algunos que no creen». En efecto, Jesús sabía desde el primer momento quiénes eran los que no creían y quién era el que lo iba a entregar. Y agregó: «Por eso les he dicho que nadie puede venir a mí, si el Padre no se lo concede». Desde ese momento, muchos de sus discípulos se alejaron de él y dejaron de acompañarlo. Jesús preguntó entonces a los Doce: «¿También ustedes quieren irse?». Simón Pedro le respondió: «Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de Vida eterna” (Jn 6, 63-68).

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En el Evangelio de ayer, Jesús pronuncio unas palabras que escandalizaran los oyentes: “El que come mi carne y bebe mi sangre tiene Vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Porque mi carne es la verdadera comida y mi sangre, la verdadera bebida” (Jn 6,54-55).

El Evangelio que nosotros leemos hoy nos habla justamente de la reacción de los discípulos que seguían Jesús delante de esta Palabra. Muchos discípulos de Jesús se escandalizaran, cuestionando como podrían comer la carne y beber la sangre de un hombre. Y, consecuentemente, muchos dejaran de seguir, abandonaran el camino, el llamado de acompañar el Maestro. Dejaran de seguir porque Jesús es exigente, exige confianza en Su Palabra.

La vida cristiana solo se convierte un verdadero seguimiento se confiar en Dios, pues – “nadie puede venir a mí, si el Padre no se lo concede” – , nos habla el Evangelio hoy.

Seguir Jesús es exigentes, exige confianza en Su Palabra

Nuestra adhesión a la Palabra divina necesita ser integral. Para muchos, el mensaje cristiana es un escándalo porque ni siempre aceptamos romper con nuestros planes personales. Creamos planes personales, y cuando nos deparamos con la Palabra exigente de Jesús, nosotros la abandonamos, no queremos seguir, pensamos que es muy dura Su Palabra, pongamos nuestras ideas y voluntades por encima de nuestra confianza y adhesión a la Palabra de Dios.

La Palabra nos habla que, delante de esta exigencia, muchos volvieron atrás. Quien se escandaliza con la propuesta de Jesús muestra que nos comprendió y, por lo tanto, tendrá dificultad de ira más allá.

Jesús se volvio para los Doce discípulos y preguntó a ellos: “¿Vosotros también quieres marchar?”. Jesús pregunta eso directamente a Sus apóstoles para ver si ellos realmente estaban dispuestos a seguir a Él, aún que Sus palabras fuesen duras y difíciles. Aún con todas las exigencias, Simón Pedro, tomando la iniciativa por los demás, responde: “¿A quien iremos, Señor? A quien nosotros iremos, lo que podemos hacer que no sea seguir a Él”. Esta debe ser también, mis queridos, nuestra reacción delante de las palabras que, a veces, son difíciles y duras: “¿a quién iremos? Tú tienes palabras de Vida eterna” .

¡Que, en este día, podamos pedir la gracia de ir hasta el fin, de confiar en la Palabra del Señor y no desistir en el medio del camino!

Sobre todos ustedes, venga la bendición del Todopoderoso. Padre, Hijo y Espíritu Santo.

¡Amén!