“Pues al verlo sanar a tantos, todas las personas que sufrían de algún mal se le echaban encima para tocarlo” (Mc 3, 10).
¡Cuando vino Jesús sanando las personas, miro para el Maestro Jesús como Aquel quien cuida de nosotros, y Él cuida mismo! Necesitamos permitir que Jesús cuida de nosotros, permitir que Él nos sane.
Las personas iban al encuentro de Jesús para ser sanadas y “tiraren” sobre Él tus males, tus enfermedades, dolores y sufrimientos. Las personas tocaban en Jesús y eran tocadas por el poder de Él.
Jesús sigue nos tocando, nos sanando, nos libertando, nos restaurando y actuando en nuestro medio. Pero es necesario permitir que la gracia de Él actúe en nosotros, es necesario permitir que la gracia de Él sane la enfermedad de cada uno de nosotros.
Es verdad que, primero, necesitamos admitir que estamos enfermos…. Y nosotros pecamos y equivocamos aquí, porque las personas dejan para reconocer sus enfermedades solo cuando ellas son agravantes, pero toda y cualquier enfermedad es un agravante, causan un tormento en el alma, en el espíritu y en el corazón. ¡No ignore!
Es necesario permitir que la gracia de Él sane la enfermedad de cada uno de nosotros
Así como no debo ignorar ningún dolor en mi cuerpo, debo buscar saber el motivo de sentir ese dolor, el porque que estar pasando por eso, también no puedo ignorar lo que se pasa en mi corazón, en mis emociones, en mis sentimientos, por eso me perturba mucho, me molesta mucho. O si no me perturba es porque yo ignoro mucho lo que pasa y pesa sobre mí.
Pongamos a los pies de Jesús, pongamos en el corazón de Él lo que esta nos oprimido, porque puede ser una opresión emocional fuerte. De mucho acumularnos tensiones, llega un momento que la cabeza queda pesada, el corazón queda demasiadamente saturado.
Pongamos a los pies de Jesús lo que esta nos inquietando, porque si no entregamos nuestras inquietudes para Jesús, ellas van a ser perturbaciones y estas van ser verdaderos desequilibrios emocionales en mí. Y poco a poco estoy aquella persona fatigada, traumatizada y deprimida, porque no estoy entregando para Jesús lo que me preocupa y me inquieta.
Ninguno de nosotros puede ser superhombre. Tu no puede ser una supermujer. Tenemos que ser fuertes, llevar nuestra batalla de cada día, pero despojando nos humildemente de toda esta armadura de fortaleza, pongamos nuestras miserias a los pies de Jesús porque es Él que cuida de nosotros.
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¡Dios te bendiga!