Estamos en el mes de la Palabra de Dios. Que la lectura de este texto bíblico y las homilías de este mes engendran conversión, cambio en nuestro corazón.
“En aquel tiempo, Jesús ha bajado en Cafarnaúm, ciudad de la Galilea, y enseñaba en los sábados. Las personas quedaban admiradas con su enseñanza, porque Jesús hablaba con autoridad. En la sinagoga, había un hombre poseído por el espíritu de un demonio impuro, que grito en alta voz: ¿Qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido para destruirnos? Yo sé quien eres, tu eres el Santo de Dios. Jesús lo amenazo, diciendo: ¡Cállate y sal de él! Entonces el demonio ha lanzado el hombre en el suelo, ha salido de él y no le hace ningún mal” (Lucas 4, 31-37).
Fuerza y acción
Hermanos y hermanas, Jesús nos muestra como la palabra tiene autoridad cuando quien la pronuncia cree, realmente, en lo que esta diciendo. Nosotros escuchamos y hemos visto eso en el texto bíblico de hoy.
En Jesús, hermanos y hermanas, la autoridad viene de Él mismo y de la palabra que Él anuncia, porque Él mismo es la palabra anunciada. Él anuncia y Él mismo es el contenido. ¡Mira que lindo, que lindo, que lindo!
La palabra que nos transforma, es la autoridad
En nuestra situación, cuando anunciamos la Palabra, la autoridad es la propia palabra anunciada. Cuando nosotros anunciamos, no somos nosotros la autoridad, pero la autoridad es sí la palabra, la autoridad es el contenido. Diferente con Jesús, porque Él mismo es quien anuncia y Él es el contenido anunciado también.
En nuestra situación, cuando hablamos en el Evangelio, es la autoridad de la palabra que nos transforma, es la autoridad de la palabra que engendra vida en nosotros.
Hablo eso, hermanos y hermanas, porque, por mejores que seamos, jamás vamos ser o estar en plena y total coherencia con la palabra de Dios. La coherencia, hermanos y hermanas, es la propia palabra anunciada, y no quien la anuncia.
¡Mira que novedad!
Quien anuncia es solo un servidor de la palabra, un servidor débil y limitado. Pero, en nuestra limitación, en nuestra debilidad, no tengamos miedo de anunciar la Palabra de Dios, proque ella nos supera siempre y produce el efecto deseado en el corazón de quien escucha, pero también en el corazón de quien anuncia.
Sobre todos ustedes, venga la bendición del Todopoderoso. Padre, Hijo y Espíritu Santo.
¡Amén!