“Jesús había entrado al Templo y estaba enseñando, cuando los sumos sacerdotes y las autoridades judías fueron a su encuentro para preguntarle: ¿Con qué derecho haces todas estas cosas? ¿Quién te lo ha encargado?” (Mt 21,23).
Los sumos sacerdotes, ancianos del pueblo, autoridades religiosas de la época de Jesús están molestados con autoridad de Él. No digo preocupados, porque si estuviesen preocupados, en realidad, buscarían escuchar, acoger y atenderlo, pero como no acogen a Él ni se abren para Él, ellos en realidad quedan molestados con la autoridad del Señor.
Ellos quedan molestados porque no tiene autoridad. Ellos tiene el conocimiento, la vivencia religiosa de la forma de ellos, pero no tiene la autoridad de la vida. Jesús habla con autoridad, pero no aquella que viene de los hombres – nosotros, muchas veces, nos prendemos a las influencias humanas, porque esta nos da el poder sobre las cosas de este mundo.
Quien tiene autoridad la usa como quiere, se convirtiendo una persona que manda por la fuerza del grito, porque tiene el bolígrafo en la mano, porque puede hacer eso o aquello, pero esta es una autoridad humana que luego pasa.
Es una autoridad que testimonia el amor de Dios vivido, practicado y enseñado al corazón de los hombres
A veces, miro para los gritos autoritarios del mundo, aquellos vividos en casa y familias, vividos por autoridades publicas, y todas ellas deben ser respetadas en el ejercicio de sus actividades. Lo que podemos pedir es que ellas correspondan lo que de verdad son, para que vivan bien la autoridad del ejemplo para cada uno de nosotros.
La autoridad de Jesús no viene de un respeto humano, pero viene por la vida. Perimor, ella nos fue dad del Alto para proclamar, predicar, anunciar, curar, libertar, restaurar y, especialmente, testimoniar el amor de Dios vivido, practicado y enseñado al corazón de los hombres.
Mmiremos hoy para la autoridad de Jesús, a fin de que ella puda convertir nuestra forma de sernos autoridad donde quiere que este. Que nadie necesite usar del autoritarismo ni del grito para conseguir lo que quiere, pero por una comunión con Dios, viviendo una coherencia de vida en lo que hace y habla.
¡Dios te bendiga!
