“Pero Abraham le dijo: Si no escuchan a Moisés ni a los profetas, tampoco se persuadirán aunque alguno se levante de entre los muertos.” (Lucas 16, 19-31).
El Rico y Pobre
Hermanos y hermanas, nos encontramos ante este pasaje, la parábola del rico y del pobre Lázaro.
¿Qué tiene de especial esta parábola? Vemos la gran petición de Jesús, porque se trata de una parábola, entonces Él tiene interlocutores con los que está hablando y está dirigiendo esa enseñanza.
Él quiere, con esta parábola, decirles a aquellos que están escuchando que presten atención a todo lo que ya ha sido dicho, todo lo que ya ha sido escrito. Así que, hermanos y hermanas, prestemos atención al conjunto de las iniciativas de Dios para nuestra salvación.
¿Para decir qué? No basta con que alguien regrese de allá para decirle a la persona qué hacer, porque ya hay quien lo ha dicho: Jesús, Moisés, los profetas, las Escrituras. Tenemos el Antiguo Testamento, el Nuevo Testamento, las palabras actuales del propio Jesús en los Evangelios. Tenemos los cuatro Evangelios también, las cartas de San Pablo, tantos textos canónicos, los escritos de los santos, que nos dicen lo que debemos hacer.
No debemos optar por lo más fácil para decir lo que tiene que ser hecho, siendo que aquel que está en vida, que escuchó, ya sabía lo que tenía que hacer. Que abramos nuestro corazón a una decisión verdadera por Dios, basada en las palabras de las Escrituras, de la Sagrada Tradición, del Magisterio, de todo aquello que ya ha sido escrito, todo aquello que ya ha sido dicho para nuestra salvación.
¡Desde crear el mundo, enviar a Moisés, a los profetas, las Escrituras, culminando con el envío de Su Hijo único! La iniciativa de Dios siempre ha sido nuestra salvación, y nosotros debemos tener el corazón abierto a esa iniciativa que nos salva.
Abramos, en este día, nuestro corazón, y seamos salvos por la presencia del Señor que nos invita a una escucha obediente, que nos invita a permanecer siempre con Él.
Sobre todos ustedes, venga la bendición del Todopoderoso. Padre, Hijo y Espíritu Santo.
¡Amén!