“Estos son mi madre y mis hermanos. Tomen a cualquiera que cumpla la voluntad de mi Padre de los Cielos, y ése es para mí un hermano, una hermana o una madre” (Mt 12, 49-50).
Estamos, hoy, celebrando la Presentación de Nuestra Señora al Templo. Tus padres, Ana y Joaquín, llevaran esta niña para ser consagrada a Dios, para convertirse un don de Dios, una oblación a Dios.
María, desde el vientre de su madre, pertenencia al Señor, Ella fue concebida sin pecado. Celebramos hoy lo que María va ser por toda Su vida: un don, una dádiva, una ofrenda agradable a los ojos del Señor.
Es más que una ritual, es una vida asumida desde el vientre de su madre: ser toda de Dios, ser ese templo de Dios, ser ese lugar de la morada de Dios. Cuando llevamos nuestros hijos a la iglesia o cuando nosotros mismo, un día, fuimos llevados a la iglesia, fuimos presentados, fuimos allá bautizados, fuimos consagrados para convertirnos el lugar de la morada de Dios, propriedad de Él.
Aquí no es una cuestión para decir: “Es porque soy bautizado”, la cuestión es más amplia, es asumir que es bautizado, asumir que soy consagrado y propriedad de Dios.
Fuimos consagrados para convertirnos el lugar de la morada de Dios, propriedad de Él
Cuando la Madre y los hermanos de Jesús se acercaban y fueron decir eso a Él, el Maestro respondió con mucha propriedad y categoría: “¿Quien es mi madre? ¿Quien son los que dicen ser mis hermanos?”.
No es simplemente la condición sanguínea que pone alguien cerca a Jesús. La familiaridad con Jesús se hace en llevar en serio la Palabra del Padre, la Palabra de la Verdad, en escuchar la Palabra y poner en practica. Y eso que nos hace hermanos del Señor, es eso que nos hace cercanos de Él, fue eso que hizo de María ese templo del Señor.
Más que elegida, Ella fue fiel a elección; más que ungida, Ella fue fiel a la unción; más que consagrada, Ella llevo su consagración en serio, Tu compromiso de ser toda de Dios.
Presentemos, hoy, a Dios, a partir de nuestro bautismo para vivirlo en la vida, en la practica con el testimonio, con los buenos ejemplos y, especialmente, llevando Dios en serio en la vida de cada uno de nosotros.
¡Dios te bendiga!
