No falta pan ni alimento para nadie, lo que falta es el milagro del corazón convertido, que se calma y divide lo que tiene
“Nuestro amigo Lázaro duerme, pero yo voy a despertarlo” (Jn 6, 11).
Cuando contemplamos el milagro de la multiplicación de los panes y de los peces, quedamos maravillados y creemos que Jesús hizo una mágica. Dios no realiza mágicas, porque mágicas son cosas engañosas e ilusoria, y Él no hace nada que sea ilusorio o engañoso. Dios realiza la transformación, Él tiene poder sobre el pan y sobre los peces.
Dios tiene poder sobre nosotros y sobre nuestra vida, el poder de Él va transformando nuestra condición. La gracia de ese gran milagro de Jesús fue, realmente, ver que el cuidado del Maestro hizo con que el pan que parecía tan poco pudiera ser multiplicado, transformado y que pudiera dar para todos.
Hay algo muy singular aquí, primero, porque Jesús calma la multitud, manda que todos se sienten. Cuando nos sentamos y nos calmamos, Dios nos va alimentando, porque, sino nos quedamos tranquilos, la furia nos va alimentado, y no tiene alimento que sacie el corazón que esta furioso, revuelto e indignado, porque no tenemos nuestro alimento. Cuando quedamos tranquilos, Dios no va saciando de Su Palabra.
Según, Jesús enseña a compartir el poco que tenemos. ¿Lo que son cinco panes y dos peces? Tal vez no conseguimos alimentar una persona o una familia. Prueba la gracia de dividir lo que tienes. Cuando sabemos repartir lo que tenemos con el otro, cuando sabemos dividir los cinco panes, los dos peces, el poco de arroz y la alubias, todo se multiplica y la fiesta sucede.
Es necesario que el alimento sea encarado como el don sagrado. Primero, agradecemos a Dios, porque Jesús dijo: “Él tomó el pan y dio gracias”. Es lo que Él va hacer después con la Eucaristía, porque ella es Su Cuerpo dividido, que se multiplica para alimentar el hambre de Dios que todos nosotros tenemos.
El pan que Dios creó para la humanidad da para alimentar toda la Tierra cien veces más; después, lo que queda es recogido y guardado para después. No falta pan ni alimento para nadie, lo que falta es el milagro del corazón convertido que se calma, divide lo que tiene y es capaz de multiplicar todos los dones que Dios nos dio.
¡Dios te bendiga!