“¿Y quién es mi prójimo? Jesús respondió: «Bajaba un hombre de Jerusalén a Jericó, y cayó en manos de unos asaltantes. Estos le arrancaron todo, lo golpearon y se fueron, dejándolo medio muerto. Casualmente, bajaba por aquel camino un sacerdote y, al verlo, pasó de largo por el otro lado. Lo mismo hizo un levita; al llegar a aquel lugar y verlo, pasó de largo por el otro lado. Pero un samaritano que iba de viaje, llegó cerca de él y, al verlo, se compadeció»” (Lucas 10, 25-37).
Amor en actitud y acción
Amados hermanos y hermanas, en este decimoquinto domingo del tiempo ordinario, año C, escuchamos la parábola del buen samaritano, una de las más conocidas y profundas de Jesús.
El desafío del amor y la búsqueda de la Vida Eterna
En la pregunta del maestro de la ley, en el versículo 25: «¿Qué debo hacer para heredar la vida eterna?», la búsqueda de la vida eterna es legítima, pero su motivación era poner a prueba a Jesús; es decir, no estaba realmente interesado en la vida eterna.
Jesús responde con otra pregunta y lo conduce a reflexionar sobre la esencia de la ley: amar a Dios y amar al prójimo.
La frontera del prójimo: el límite que el amor trasciende
En el versículo 29 dice lo siguiente: «¿Quién es mi prójimo?».
El legalista, mi hermano, mi hermana, busca límites para el amor, quiere saber hasta dónde debe amar. Jesús responde con una parábola que rompe las fronteras religiosas, éticas y culturales de aquel tiempo. Los versículos 30 al 35 nos hablan del buen samaritano. El sacerdote y el levita que pasan de largo representan una religión cerrada en sí misma, que no se compromete con el sufrimiento humano. El samaritano, despreciado por los judíos, es quien se conmueve y actúa con compasión y misericordia.
Él ve, siente compasión, se acerca, lo cuida, gasta su tiempo y sus recursos.
La compasión que actúa
El buen samaritano es la imagen de Cristo, el verdadero samaritano que sana nuestras heridas y nos lleva al hospicio de la Iglesia; es decir, nos pone en el centro de su voluntad. ¿Y cuál es la lógica del Reino? Compasión y acción concreta.
Termino diciendo que el amor al prójimo no es teoría, sino actitud. Al verdadero cristiano no se le reconoce por su posición social o religiosa, sino por su capacidad de amar concretamente. El prójimo no es solo quien está cerca, sino todo aquel que necesita de cada uno de nosotros.
De la teoría a la práctica
Necesitamos tener el mismo sentir del buen samaritano, que es Cristo mismo. Compasión y misericordia. ¡Que Dios nos ayude a vivir esta realidad!
Sobre todos ustedes, venga la bendición del Todopoderoso. Padre, Hijo y Espíritu Santo.
¡Amén!