“Si no se proponen algo más perfecto que lo de los fariseos, o de los maestros de la Ley, ustedes no pueden entrar en el Reino de los Cielos” (Mt 5, 20).
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Ayer, la Liturgia de la Palabra nos enseña que Jesús ha venido hasta nosotros para conducirnos al pleno cumplimiento de la voluntad de Dios, que debe ser vivida especialmente en el amor a los hermanos y no simplemente en el cumplimienyto de una serie de rituales y preceptos, como hacían las autoridades del tiempo de Jesús.
Hasta entonces, la ley de Dios era vivida como una regla. Quien no cumplía esta regla, corre el riesgo de ser punido y marginalizado. Y delante de este temor, la practica de la ley se convirtió algo mecánico, hecho por pura obligación, vacía en su verdadero sentido.
Es cumpliendo con el mandamiento de amor, que cumpliremos plenamente la ley de Dios
Quien ama no se limita solo cumplir normas, sino a superar estas reglas por amor. Jesús recuerda que quien no tiene una practica de justicia que supere a de los maestros de la ley y de los fariseos no entrara en el Reino de los Cielos. Es decir, la ley de Cristo debe ser fundamentada en el amor al prójimo y no en un sencillo cumplimiento de rituales y practicas.
No es un peso amar al prójimo, y no debe ser un peso de un cumplimiento de rituales amar al prójimo. Y ese amor debe conducirnos al perdón y a la reconciliación con los hermanos, así como va decir el Evangelio de hoy: “Deja tu oferta allí delante del altar, y va primero reconciliarte con tu hermano. Solo entonces va presentar tu oferta”.
El amor es superior a cualquier ritual, a cualquier regla, y es cumpliendo con ese mandamiento de amor que nosotros cumpliremos plenamente la ley de Dios.
Sobre todos ustedes, venga la bendición del Todopoderoso. Padre, Hijo y Espíritu Santo.
¡Amén!