“En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Como el Padre me amó a mí, así os he amado yo a vosotros. Permaneced en mi amor. Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor, así como yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Os he dicho esto para que mi alegría esté en vosotros y vuestra alegría sea completa” (Juan 15, 9-11).
Jesús ofrece la alegría eterna
Jesús introduce el concepto de la alegría cristiana. Alegría que no puede confundirse con un estado de ánimo o una mera euforia pasajera, un sentimiento que tiene principio, desarrollo y fin. No se trata de eso, no se trata tampoco de un resultado positivo ante alguna empresa o esfuerzo: ¡me esforcé por algo, lo conseguí, entonces, ahora, tengo alegría! ¡No es nada de eso!
Jesús califica esta alegría como plero, en el griego, es decir, lleno, completo al máximo, abundancia, perfección; para que mi alegría sea plêrês (o plero), sea llena, sea completa, sea abundante, sea perfecta. Y Jesús afirmó todo esto mientras dirigía estas palabras a Sus discípulos.
Jesús no estaba distribuyendo dinero, Él no estaba entregando llaves de casas, no estaba haciendo milagros; Jesús estaba entregando una promesa a Sus discípulos.
Jesús les estaba garantizando, por el poder de Su palabra, una alegría duradera, sin estar ligada a los éxitos de este mundo. Y Él decía: «Que guardéis los mandamientos, que permanezcáis en mi amor y seréis felices, y esa alegría será plena».
La alegría cristiana es la alegría de Cristo
Y nosotros sabemos que aquello que hacía verdaderamente feliz a Jesús era realizar la voluntad del Padre. Este es un buen criterio para saber si estamos en la voluntad de Dios. Experimentar una alegría plena, una alegría duradera, porque no puede haber tristeza en un corazón que ha decidido entregarse a la voluntad de Dios; son cosas incompatibles. Aunque enfrentemos algunos momentos de dificultad, de dolor, de sufrimiento, la alegría debe permanecer en nuestros corazones, porque es fruto de una entrega a Dios, de una comunión profunda con Él, de una obediencia a Su Palabra, a Sus mandamientos.
Esa era la alegría de Jesús, y es esa alegría la que Él quiere compartir conmigo y contigo.
Sobre todos ustedes, venga la bendición del Todopoderoso. Padre, Hijo y Espíritu Santo.
¡Amén!
