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Unos hombres llevaban a un paralítico en una camilla y buscaban la manera de hacerlo entrar para presentárselo.
“Pero no hallando cómo hacerlo a causa de la multitud, subieron encima de la casa, y por el tejado le bajaron con el lecho, poniéndole en medio, delante de Jesús. Al ver él la fe de ellos, le dijo: Hombre, tus pecados te son perdonados. Entonces los escribas y los fariseos comenzaron a cavilar, diciendo: ¿Quién es éste que habla blasfemias? ¿Quién puede perdonar pecados sino sólo Dios?” (Lucas 5, 19-21).
Hermanos y hermanas, las dos escenas del Evangelio se entrelazan. Jesús está en aquella casa enseñando y unos hombres aparecen cargando a un paralítico, intentando hacerlo entrar en la casa para estar en Su presencia.
Jesús tiene dificultad para hacer que su mensaje entre en la cabeza y el corazón de los fariseos y escribas, y aquellos cuatro hombres tienen dificultad para introducir a ese paralítico en la casa donde está Jesús. La cosa empeora cuando Él hace la afirmación rotunda al paralítico: “Tus pecados te son perdonados”.
Afirmar misericordia
Jesús hizo que aquel día se convirtiera en un Yom Kipur. Yom Kipur era para los judíos el día del perdón. Recordemos que este día se celebraba solo una vez al año, y era un ritual repleto de gestos. Por ejemplo: las personas ataban sus pecados a un animal y lo soltaban en el desierto, creyendo que se llevaría los pecados. En fin… Una serie de otros gestos dentro de este ritual. Sin embargo, Jesús, con la fuerza de Su palabra liberadora, quita el pecado de la vida de aquel hombre.
De hecho, la mayor parálisis en la vida de un ser humano está en su interior. Porque vemos a tantas personas en sillas de ruedas o incluso inmóviles en una cama, pero que tienen un corazón completamente libre y caminan, caminan a pasos agigantados en el seguimiento de Cristo; contrariamente a otros que, teniendo la gracia de la locomoción, están parados en sus maldades, en sus pecados, y se encuentran lejos de Cristo.
La solución que encuentran para hacer que aquel hombre llegue a la presencia de Jesús es abrir el techo donde Él estaba. Una acción que, además de demostrar fe, nos señala el movimiento de la gracia de Dios, que siempre encuentra algún medio para hacer entrar a Cristo en nuestro corazón. Dios siempre va a encontrar una manera de llegar a nuestro corazón.
Una acción aparentemente invasiva, destructiva, porque acabó con el techo de la casa, pero que fue tan benéfica en la vida de aquel paralítico.
Espero que Cristo pueda entrar por la puerta principal de nuestro corazón. Que Su Palabra llegue a nuestros oídos y provoque en cada uno de nosotros la conversión.
Sobre todos ustedes, venga la bendición del Todopoderoso. Padre, Hijo y Espíritu Santo.
¡Amén!