“Cuando llegó el día fijado por la Ley de Moisés para la purificación, llevaron al niño a Jerusalén para presentarlo al Señor” (Lucas 2,22)
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Estamos en el 5º día de la Octava de Navidad y, en el Evangelio de hoy, tenemos la presentación de Jesús al templo. María y José, com una familia, como una pareja que respeta a Dios, fueron presentar Jesús al templo. Porque, así, la Ley del Señor enseñaba: todo primogenito del sexo masculino debería ser presentado al Señor.
Y, después, va seguir el Evangelio diciendo del encuentro que ellos tuvieran con Simeón, donde él puede declarar y proclamar que sus ojos han visto la salvación, han visto el Cristo Jesús, el “Esperado” de las naciones. Interesante, aún pequeño, aún niño, Simeón ya puede proclamar: “Esta aquí salvación”.
Mis hermanos, al celebrar el nacimiento de Jesús, ya podemos declarar: “Esta aquí la salvación”; pequeño, humilde, pobre y débil, pero esta aquí la salvación — Cristo Jesús. Fue lo que Simeón proclamo. Y, después, Simeón siguió aún hablando: “Dejar ahora vuestro siervo ir en paz”. Es un himno, un cantico que los sacerdotes, que los religiosos toda noche rezan — toda noche rezamos, hacemos un examen de consciencia y pedimos una santa muerte también para nosotros. “Ahora yo puedo ir, porque, durante mi día, he trabajado para el Señor, he visto el Señor”, fue lo que Simeón declaro, después de su trayecto de trabajo y de misión; sus ojos han visto la salvación: Cristo Jesús. Vuelve a decir, pequeño, humilde, un niño, pero allí ya estaba la salvación.
Convirtámonos, porque la salvación llego a nuestro corazón
Y, después, Simeón aún dijo para la Vírgen que Jesús sería causa de la caída y de levantar para muchos en Israel.
¿Qué María y José pensaban? ¿Qué imaginaban María y José? Y, después, María ha constatado que la profecía realmente se cumplió. Y María también no escapo del dolor y del sufrimiento, Simeón también dijo: “Cuanto a tí, María, una espada de dolor va traspasar la tu alma”.
¿Que espada de dolor fue esa? Fue el sufrimiento, con seguridad, de su Hijo, fue la muerte de su Hijo, fue la entrega de su Hijo. María guardaba todo eso y reflexionaba en tu corazón.
MIs hermanos, co n el gran misterio de Navidad que nosotros celebramos, debemos también imitar a María: guardar en el corazón y, durante nuestro camino de fe, percibir que las profecías del Señor también se cumplen en nuestra vida.
Reflexionamos el misterio de Navidad, de salvación y tomemos posesión de la salvación y, por supuesto, convirtámonos, porque la salvación llego a nuestro corazón. Cambiemos de vida, acojamos la vida, rompamos con el pecado y hagamos el compromiso con la santidad que llego hasta nosotros.
La bendición de Dios Todopoderoso. Padre, Hijo y Espíritu Santo.
¡Amén!