“El Padre ama al Hijo, y todas las cosas ha entregado en su mano. El que cree en el Hijo tiene vida eterna; pero el que rehúsa creer en el Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios está sobre él” (Juan 3, 35-36).
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Amados hermanos y hermanas, en este contexto que el Evangelio nos trae, donde muestra que el Padre entrego todo al Hijo, y el Hijo que ve el Padre realizando Sus obras hace lo mismo en la vida de cada uno de nosotros. Y por eso el propio Padre dijo: “Quien recibe el Hijo recibe la vida eterna, pero quien rechaza el Hijo, se pierde”. Y Dios no quiere que ninguno de nosotros se pierda, por eso he enviado Su Hijo Jesús a este mundo, nacido de la Virgen María. Y, hace pocos días, nosotros celebramos Su Resurrección, la victoria sobre la muerte. Por eso el padre dijo: “Quien tiene el Hijo, tiene la vida eterna”.
En el corazón del hombre fue puesto, por el propio Dios, el deseo por la vida eterna, y ese deseo ni nuestro pecado puede quitarnos, aún que nosotros, en nuestra libre y espontánea voluntad y libertad, no elegimos vivir junto con el Hijo, que ha venido para traernos la salvación, y salvación es sobre vida, y vida en el sentido bíblico, en el sentido de que Dios es vida plena, vida en abundancia.
El propio Jesús nos habla: “He venido para que todos tengan vida”, pero, muchas veces, nosotros tenemos una comprensión de la vida solo en lo que es terreno, físico. El propio Padre, sin embargo, nos habla del Hijo, que Él es aquel que nos abre la puerta para la eternidad, y todo aquel que quiere vivir esta realidad sobrenatural necesita aceptar Jesús como el Señor de tu vida, de tu historia, de tu familia, porque quien sigue junto con el Hijo, camina en pasos anchos para esta vida que esta destinada a todos nosotros, el Cielo. El propio Catecismo de la Iglesia Católica nos habla el siguiente:”Todo hombre es capaz de Dios”, es decir, todo hombre anhela ver Dios.
Quien tiene el Hijo de Dios, tiene la vida eterna
Por eso, mi hermano, el propio Jesús nos habla que: “Quien me acoge, acoge aquel que me ha enviado”, es decir, acoge el Padre, que esta en la eternidad; y para llegar al corazón del Padre, para contemplar la face del Padre, necesitamos pasar por el camino, que es el Hijo. Y el propio Jesús nos habla en Su Evangelio: “Yo soy el camino, la verdad, y la vida”. Se percibe que él nos habla: He venido para que todos tengan vida, y vida en abundancia”, y al mismo tiempo él nos habla: “Yo soy el camino, la verdad y la vida”.
¿Lo que es este tiempo pascual que nosotros vamos vivir 50 días hasta Pentecostés? Son las octavas de Pascua que nos lleva y que nos llena de la vida. La Pascua es para nosotros vida nueva, y vida nueva solo puede ser encontrada en Cristo Jesús. ¿Y por que nosotros no acogemos?
El propio Jesús en el Evangelio habla de Él mismo por medio del Evangelista: “Quien a mí recibe, recibe aquel que me ha enviado”. Es en esto que tu necesita poner, ru esperanza, tu fe. Dios, hoy, quiere hablarnos directamente: “Acoja mi Hijo”. Cuando Jesús estaba para ser bautizado en el Jordán, aquella voz que viene del cielo: “Este es mi hijo muy Amado en quien puse mi agrado; escucharlo, porque quien escucha el Hijo, acoge el Hijo, y recibe de él la vida eterna, pero quien no acoge a Él esta condenado a la perdición eterna”.
¿Qué eliges, mi hermano? ¿Qué eliges, mi hermana? ¿La vida eterna o vivir apartado de Dios eternamente? Espero que esta Pascua engendra, en tu corazón, el deseo por la vida eterna y el deseo de unirse aún más a nuestro Señor.
Sobre todos ustedes, venga la bendición del Todopoderoso. Padre, Hijo y Espíritu Santo.
¡Amén!