Tener la mente cerrada es el peor atraso que podemos concedernos a nosotros mismos y los que conviven en nuestro alrededor.
“Vino nuevo debe ser puesto en odres nuevos” (Lucas 5,38)
La Palabra dice que Dios es el que hace nuevas todas las cosas. A veces, queremos acostumbrarnos con lo viejo: ¿qué es acostumbrarse con lo viejo? Es hacer siempre lo hicimos, aquello en lo que siempre creímos y nos quedamos estancados, no sabemos abrirnos para recibir lo nuevo, para ver nuevas aspiraciones, inspiraciones y direccionamientos. Tener la mente cerrada es el peor atraso que podemos concedernos a nosotros mismos y los que conviven en nuestro alrededor. La mente vieja no es la mente de una persona anciana, es la que está cerrada, que no se abre a lo nuevo.
Lo “nuevo”, aquí, no se refiere a las novedades, porque hay personas a las que solo le gustan las novedades preguntan: “¿0Qué novedad hay?”. No se trata de una novedad relacionado a cosas que aparecen por modo. Lo nuevo que la Palabra de Dios refiere es lo que nos renueva, nos restaura y nos permite recuperar la gracia original. No confunda la búsqueda de novedades en el mundo en que vivimos con lo nuevo del Evangelio.
Lo nuevo que Dios realiza en nosotros sucede cuando el corazón se abre a lo nuevo. Tenemos muchas cosas viejas en el corazón, cosas dañadas que necesitan ser cambiadas, hay muchos pensamientos que están opacos, que nos lastiman y no ayudan a mejorar nada. ¡Qué bueno es vaciar la mente! He insistido mucho con eso. Para que llegue a nosotros lo nuevo es necesario sacar lo que estamos acostumbrados a querer de una determinada manera.
¿Sabes por qué no cambian las cosas en nuestra casa? Porque creemos que cambiar la casa es cambiar de lugar los muebles. Eso ayuda, es bueno para el ambiente. Otros creen que es cambiar de casa, creen que la casa no es buena, que tiene espíritus negativos y deciden mudarse, sin embargo, al pasar algunos meses la nueva casa también se vuelve vieja.
El cambio se da dentro de nosotros, pero es necesario que la mentalidad y la cabeza sean nueva, porque si tenemos el mismo modo de actuar, si continuamos siendo aquella persona impulsiva, negativa y grosera, no hay ambiente ni vida que cambie. Somos siempre nosotros los que exigimos a los demás, creemos que es el otro el que debe cambiar. No es así, la transformación de la humanidad comienza en nosotros.
Vivimos en un tiempo de muchos conflictos, donde el espíritu de la acusación está actuando y pervirtiendo las relaciones humanas. Renovemos lo nuevo de Dios para la nación en que vivimos. Que las mentes nuevas sean capaces de abrirse al soplo del Espíritu y se abandonen las cosas viejas, dañadas y corrompidas de siempre acusar, exigir y esperar del otro.
Si cambiamos, si nos permitirnos renovarnos, la mitad del mundo va a cambiar, por lo menos dentro de nosotros, cerca de nosotros y en el mundo en que estamos.