23 Dec 2019

Abrámonos a la confianza en Dios

“Y en ese mismo momento, Zacarías recuperó el habla y comenzó a alabar a Dios” (Lc 1, 64)

Bendito sea el Señor, Nuestro Dios, que manifestó a nosotros su poder salvador. Casi en las vísperas de celebrar el nacimiento de Jesús, la liturgia nos muestra el nacimiento milagroso de Juan, el bautista. Sus Padres era de edad avanzada, su madre Isabel era estéril, pero Dios miro para ella, tuvo misericordia de ella y permitió que en su vejez ella pudiera engendrar un hijo.

Todo hijo es una bendición, sea el hijo que es engendrado en el vientre, sea el hijo que es acepto, sea hijo que viene para ser ayudado, amado y acogido. Donde este el hijo, va ser una bendición para la vida familiar, vida conyugal y, por eso, esa pareja tanto se alegra en Dios.

Zacarías quedo incrédulo delante de tanta bondad y misericordia del Señor para con ellos. El hecho es que él quedo sin hablar porque dudo, no creyó, quedo estupefacto delante de la gracia.

Quedar sin hablar quiere decir recogerse, no hablar para poder escuchar. Muchas veces, necesitamos sumergir en nuestro silencio, hablar poco para, primero, escuchar y sumergir en los designios de Dios.

Somos convocados por la gracia a abrirnos a la confianza plena en ese Dios bondoso y misericordioso que cuida de nosotros

Cuando Zacarías puede contemplar la gracia de su hijo que vino, su boca se soltó y él alabo a Dios de todo su corazón, porque fue grande y benigno con aquel que en Él espero.

Hoy, somos invitados a renovar toda nuestra esperanza y confianza en el Señor, vencer la ansiedad de las expectativas, de los planos y sueños, para soñar con Dios, poner nuestros sueños y expectativas en el corazón de Él y para vivir con sobriedad y confianza cada día de nuestra vida, sin jamás desanimar y desesperar, sabiendo que Jesús guía los pasos y manifiesta Su gloría para todo aquel en Él espera.

Fue así que Dios se manifestó en la vida de esa pareja mayor de edad, Zacarías e Isabel, y es así que Dios se manifiesta en la vida de cada hombre, de cada mujer, de cada pareja. Y no importa su edad, el joven, el mayor de edad debe saber poner en el Señor su confianza y esperanza.

Hoy, somos convocados por la gracia a abrirnos a la confianza plena en ese Dios bondoso y misericordioso que cuida de nosotros.

¡Dios te bendiga!

Pai das Misericórdias

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