En aquel tiempo, Jesús decía al jefe de los fariseos que lo había invitado: “Cuando des un almuerzo o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a tus vecinos ricos, porque estos también podrían invitarte, y eso ya sería tu recompensa. Por el contrario, cuando des una fiesta, invita a los pobres, a los lisiados, a los cojos, a los ciegos. Entonces, tú serás feliz” (Lucas 14,12-14).
La Invitación a los Marginados
¡¿No invitar?!
Bueno, el texto de hoy, mis hermanos y hermanas, señala cuatro clases de personas a no ser invitadas cuando se dé una cena: phílos (los amigos), adelphos (los hermanos), syngenes (los parientes) y geíton, que significa “aquellos que son vecinos”.
¿Será que Jesús nos estaba prohibiendo hacer fiestas e invitar a personas que amamos, como amigos, hermanos, parientes, vecinos (que son los círculos de relación que cultivamos diariamente), compañeros de trabajo, personas de nuestra comunidad, de nuestra convivencia?
Jesús no prohibió ese tipo de comportamiento, porque si no, no estaría en casa de sus amigos Marta, María y Lázaro. Él no estaría en la fiesta de bodas, en Caná, porque, seguramente, sus padres eran conocidos. Él no frecuentaría la casa de Pedro, ni siquiera iría a casa del rico Zaqueo. Entonces, ese no es el punto.
La Verdadera Koinonia
Jesús quería que abriéramos el abanico y entráramos en la dimensión de la verdadera koinonia, que viene de koiná, que significa “común”.
No era un estilo de vida que tocaba solo cuestiones sociales. Claro que los cristianos disponían de sus propios bienes en favor de los otros hermanos de su comunidad.
La koinonia, aquí, tenía una dimensión superior, trascendente, que unía a los fieles a Dios y a Cristo, es decir, la vida en comunidad proporcionaba una visión diferente de Dios.
Entonces, cuando Jesús pide invitar a otras personas, a otras clases de personas, es porque Él está haciendo ese gesto de amor a esas personas, una forma de mostrarles cuánto Dios las amaba. Con esto, suscitaría también en ellas un amor por Dios aún mayor y, consecuentemente, un amor por los otros fieles.
Amor Fraterno y la Fuente Divina del Amor
En el cristianismo, no existe asistencialismo puro, existe amor fraterno, existe koinonia, que brota del amor a Dios, la fuente del amor al prójimo que no está en el hombre, sino en Dios.
Por eso, amemos a Dios profundamente, amemos a nuestros hermanos sin hacerles distinción.
Sobre todos ustedes, venga la bendición del Todopoderoso. Padre, Hijo y Espíritu Santo.
¡Amén!


