“Al entrar Jesús en Cafarnaúm, se le acercó un centurión, suplicándole: «Señor, mi muchacho está en cama, totalmente paralizado, y sufre terriblemente.» Jesús le dijo: «Yo iré a sanarlo.» El centurión contestó: «Señor, ¿quién soy yo para que entres en mi casa? Di no más una palabra y mi sirviente sanará. Pues yo, que no soy más que un capitán, tengo soldados a mis órdenes, y cuando le digo a uno: Vete, él se va; y si le digo a otro: Ven, él viene; y si ordeno a mi sirviente: Haz tal cosa, él la hace.»” (Mt 8, 5-9).
Para que puedas reflexionar y comprender el vídeo necesitas ‘accionar el subtitulo en español’:
Bueno, ya nos parece, a principio, una actitud digna de alabanza: una oficial que pide por su empleado. Este oficial era también conocido como “centurión”. El centurión aquí, en verdad, habla sobre la importancia que ese hombre tenía por el numero de tropas que pertenecían a tu destacamento.
Era una voz de comando muy potente, escuchada por muchas tropas. Es con ese hombre que Jesús se encuentra. Una voz que era escuchada incluso en la distancia por medio de los llamados: emisarios que llevaron las ordenes de este centurión para otros puestos de guarda.
¿Por que estoy diciendo sobre esta realidad? Porque la lógica, aquí, es entender que ese hombre que Jesús encuentra comprendía de voz de comando. Ese hombre entendía lo que era una palabra potente, una palabra fuerte, una palabra que tenía el poder de cambiar toda una situación, una palabra decisiva.
Jesús tiene una palabra potente, y Él puede, a partir de su Palabra, cambiar la situación
Entonces, Jesús, encontrando ese hombre, y ese hombre reconoce ese poder en Él, reconoce que Jesús tiene una palabra potente, que Él puede, apartir de Su Palabra, cambiar la situación de su empleado que estaba enfermo en casa.
Pero el centurión no se ve digno de que Jesús va, personalmente, para sanar tu siervo, y exclama: “Señor, yo no soy digno”. Y Esta es la misma expresión que yo y tu decimos antes de recibirnos la comunión en la Santa Misa.
También decimos, en la Santa Misa, la misma afirmación de este centurión – que reconoció una distanciamiento que existia entre la fuerza de Jesús, la gracia de la persona de Jesús y su pequeñez, su debilidad. Seguramente, era un hombre que estaba fuera del contexto religioso, era un pagano.
Bueno, como dije, nosotros también reconocemos este distanciamiento cuando decimos: “Señor, yo no soy digno de que entres en mi casa, pero di no mas una palabra y mi sirviente sanara”.
Entra, Señor, en nuestro corazón indigno y, con Tu majestad, transforma todas las cosas; con la fuerza de Tu Palabra, transforma todas las cosas.
Y nosotros no podemos perder nunca esta consciencia de que siempre seremos indignos de recibir Jesús en nuestro corazón. Porque, pobre de nosotros cuando nos acercamos de la comunión creyendo que somos dignos de mucha gracia, pensando que merecemos lo que recibimos.
Jesús, hoy, llega en la vida de ese hombre, Él rompe los distanciamientos, da una palabra potente en la vida de ese hombre y sana tu siervo. ¡Es lo que Él quiere hacer con cada uno de nosotros!
Sobre todos ustedes, venga la bendición del Todopoderoso. Padre, Hijo y Espíritu Santo.
¡Amén!