“No teman a los que sólo pueden matar el cuerpo, pero no el alma; teman más bien al que puede destruir alma y cuerpo en el infierno” (Mt 10, 28).
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“No tengas miedo”, nos habla Jesús a Sus discípulos cuando los envía en misión. JEsús no oculta de Sus discípulos que ellos encontrarán dificultades, persecuciones, incomprensiones en sus tareas en la misión. Además, Jesús deja muy claro que la mayor amenaza es aquella que puede destruir el alma y ponerla en el infierno. La mayor amenaza es lo que puede guiar al pecado, que es perder la amistad con Dios.
El miedo hace parte de nuestra nuestra condición humana, desde niño nosotros experimentamos muchos miedos. Y, a veces, después, descubrimos que aquellos miedos eran sin fundamentos. Pero también, en la madurez, somos puestos delante de situaciones que nos causan miedo: el dolor, la incomprensión, la soledad, la falta de seguridad, el miedo de la muerte.
Y, si somos discípulos de Cristo, estas tales situaciones no pueden más causarnos miedo, pues Cristo nos enseña que nosotros tenemos un Dios que es Padre; un Padre amoroso, que se compadece de nosotros incluso en Sus minimos detalles, es un Dios que cuida de nosotros, cuida porque nosotros somos hijos.
Busque la santidad, pues el mayor miedo debe ser lo de perder la salvación eterna
Benedicto XVI, en uno de sus comentarios, nos habla que: “El creyente no se asusta delante de nada, porque sabe que esta en las manos de Dios, sabe que el mal y la irritación no hay la ultima palabra, pero el único Señor del mundo y de la vida es Cristo, el Verbo de Dios encarnado, que nos amó hasta sacrificar a sí mismo, muriendo en la cruz para nuestra salvación”.
Cuanto más crecemos en esta intimidad con Dios, cuanto más comprendemos que Dios cuida de nosotros y nos ama, más vencemos los miedos que intentan quitarnos la paz aquí, más comprendemos que el único miedo que debemos tener es el miedo de perder la salvación eterna. Todo va pasar, pero necesitamos conservar en nuestro corazón la fe y la confianza en la salvación eterna. Y así, caminar en este mundo luchando para vivir en santidad.
Mi hermano y mi hermana, busque la santidad, pues el mayor miedo debe ser el de perder la salvación eterna.
Sobre todos ustedes, venga la bendición del Todopoderoso. Padre, Hijo y Espíritu Santo.
¡Amén!