“Al entrar en un poblado, le salieron al encuentro diez leprosos, que se detuvieron a distancia y empezaron a gritarle: ¡Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros!” (Lc 17, 12-13).
Quedo mirando para estos diez leprosos y, con seguridad, soy un de ellos. Con seguridad, si tu prestar atención, deberíamos ser uno de ellos, porque los diez fueron al encuentro, pero eran muchos otros leprosos.
¡Si miramos, tenemos muchas impurezas en nosotros! Lepra no es pecado, es una condición, especialmente, en aquella época cuando no había tratamiento ni cura para la lepra. Hoy, gracia a Dios, la enfermedad de Hansen tiene un tratamiento.
Imagina la situación de leproso: tenían él como impuro, él vivía marginado. Ahora, tenemos nuestras impurezas que no son pocas, son muchas, que están dentro de nosotros, en los pensamientos, en los sentimientos y en las intenciones. Son las maldades que, muchas veces, acumulamos a lo largo de la vida.
Sabemos que nos bañamos, pero no quedamos limpios, porque, a veces, tomamos una ducha superficial. No cogemos aquel jabón para pasar mismo, para realmente quitar aquella cosa que quedo en la piel; por dentro de nosotros necesitamos cada día más limpiarnos.
Solo puedo recurrir a Jesús, el Maestro, para que Él tenga compasión de mí, como tu también debe recurrir a Él
Si así es con el cuerpo, con el alama, con el corazón, con los afectos, con la mente que va acumulando muchas cosas, que queda mirando para nuestro propio inconsciente. Cuantos dramas guardados, situaciones mal resueltas que el propio consciente fue tirando para allá. ¡Muchas veces, no tiramos la basura de casa, guardamos una cosa aquí otra allá. Imagina dentro de nosotros cuantas cosas nosotros guardamos!
Estamos con cargas pesadas, teniendo devaneo, fantasías, insomnio, muchas veces, pesadillas, sueños mal soñados porque tenemos muchas cosas impuras, viejas, sucias, estropeadas y mal resueltas dentro de nosotros.
Solo puedo recurrir a Jesús, el Maestro, para que Él tenga compasión de mí, como tu también debe recurrir a Jesús, el Maestro: “Ten compasión”. Y Jesús, en Su inmensa compasión, lavo, purifico y renuevo los diez. Además, ya se ensuciaran porque la ingratitud es un mal que, muchas veces, no sale del corazón humano, porque de los diez solo uno volvió alabando a Dios en alta voz, bendiciendo y alabando.
Muchas veces, experimentamos la presencia de Dios, pero no experimentamos la gratitud del corazón. Seamos leprosos que buscan en Dios la cura, la purificación de cada día, pero, especialmente, que Dios nos de un corazón agradecido para reconocer Su amor y Su bondad.
¡Dios te bendiga!