04 Feb 2020

Tú fe te sano

“Jesús le dijo: «Hija, tu fe te ha salvado; vete en paz y queda sana de tu enfermedad” (Mc 5, 34)

En el Evangelio de hoy, estamos acompañando dos personas muy atormentadas. La primera de ellas es un padre, Jairo, el jefe de la sinagoga. Él se acerco de Jesús y pide por tu hijita, que estas en las últimas. La aflicción y la perturbación del corazón de ese padre es la aflicción de muchos padres, de muchas madres que sufren con sus hijos, sufren cuando el niño niño queda enfermo, cuando queda enferma; sufren cuando el hijo manifiesta inquietudes, perturbación; sufren los padres cuando no consiguen cuidar ni dar a los hijos lo que ellos querían; sufren los padres cuando no consiguen cuidar ni dar a los hijos lo que ellos querían; sufren los padres cuando los hijos crecen y, muchas veces, manifiestan comportamientos y inclinaciones, pero los padres no saben lo que hacer. Por eso, la súplica de ese padre es la súplica insistente en el corazón de muchos padres y de muchas madres: “Mi hijita esta en las últimas! Mi hijito esta en las últimas! Mi hijo esta pasando por eso.

Así como Jairo fue con el corazón afligido, aquella mezcla de la fe y de la aflicción, muchas veces, también toma cuenta de nosotros, porque tenemos fe, pero hay horas que nuestra aflicción habla más que nuestra fe.

Lo que Jairo esta necesitando, ahora, es temperar, es vencer toda aquel tormento; por eso, él va recurrir a Jesús, por eso él va atrás de Jesús. Del mismo modo, hay esa mujer que también esta atormentada por una enfermedad que hay 12 años toma cuenta de ella, que quita su paz; hay doce años que ella sufre de una hemorragia prácticamente crónica, porque lo que no se paro en ella la dejaba atormentada, porque ni en el medio de las personas ella podía estar, y ella fue recurrir a Jesús.

Con la fe restaurada, somos sanados de cualquier aflicción

La respuesta que Jesús da a ella es la respuesta que Él también va dar a Jairo, y es la misma que Él quiere dar a mí y a ti, al padre, a la madre, a cada uno de nosotros: “Hija, tu fe te salvo, tu fe te sano, tu fe te liberto, tu fe te restauro, tu fe venció el tormento que quitaba la paz de tu alma y de tu corazón”.

Mi querido padre, mi querida madre, mi querido hermano, mi querida hermana, venzan los tormentos de tu alma y de tu corazón. Mayor que la enfermedad que aquel niño sufría, mayor que el tormento físico que aquella menstruación crónica causaba en aquella mujer, la aflicción y la perturbación eran algo más sufrido, y es por eso que la fe salvo, y es por eso que la fe sano, y es por eso que la fe liberto. Y cuando la fe nos sano, ella nos liberta, nos salva, restaura y nos levanta, y, entonces, podemos lidiar con las situaciones que tormenta nuestra vida.

Jesús salvo la hijita de Jairo. Por supuesto que aquel niño volvió a quedar enfermo en otras oportunidades, pero, con la fe restaurada, nosotros lidiamos con cualquier situación. Con la fe restaurada, nosotros somos sanados de cualquier aflicción, que cualquier tormento, que cualquier duda, que cualquier perturbación.

¡Dios te bendiga!

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